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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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casa de huéspedes del último orden, pero cuya patrona

era una muy honrada mujer, viuda de un administra–

dor general muerto en el patíbulo,

y

que, completa–

mente arruinada,

empe~aba

con algunos luises el

dudoso oficio de patrona. Tuvo después siete casas

en el barrio Saint- Roch, é hizo fortuna.-El ciudadano

Mongenod no está, pero hay gente

arriba~

mt: dijo

aquella mujer. Estas últimas palabras excitaron mi

curiosidad y subí á un quinto piso, cuya puerta me

fué abierta por una joven encantadora... ¡Oh! una

joven de rara hermosura, que, con aire bastante azo–

rado, petmaneció en el umbral de la puerta entre–

abierta.-Soy Alain, el amigo de Mongenod, le dije . .

Al oir estas palabras me abrió la · puerta y entré en

un

~antoso

zaquizamí, que aquella joven mantenía,

no obstante, bastante limpio. Me puso una silla de–

lante de una chimenea llena de ceniza y sin fuego, y

me invitó á que me sentase. Se helaba uno allí.–

Caballero, me considero muy feliz, me dijo la joven

cogiéndome las manos y estrechándomelas afectuosa–

mente, pudiendo demostrar á usted mi agradeci–

miento, pues es usted nuestro salvador. Sin usted,

acaso no hubiese vuelto á ver nunca á Mongenod...

¡Qué sé yo! ... acaso se hubiera arrojado al río.

Cuando fué á ver á usted estaba desesperado ...

Examinando á aquella joven, quedé bastante asom–

brado al ver que cubría su cabeza un pañuelo, bajo

el cual. detrás de la cabeza y á lo largo ds las sienes,

se veía una sombra negra; pero, á fuerza de mirarla ,

observé que tenía la cabeza afeitada.-{Está usted

enferma? le pregunté observando aquella singularidad.

Ella dirigió una ojeada á un mal espejo, se ruborizó

y abundantes lágrimas brotaron de sus ojos. -Sí,

caballero, mérespondió en seguida. Sufría horribles

dolores de cabeza y me vi obligada á cortarme los

hermosos cabellos, que me llegaban hasta los talo–

nes.-{Es á la señora de Mongenod

á

quien tengo el

honor de hablar?-Sí, caballero, me contestó diri-