EL REVERSO
había costado las dos terceras partes de su fortuna,
pues su padre había colocado en el ayuntamiento la
mayor parte de su capital; después, á rafz de haber
vendido su casa de la calle de Saboya, se había visto
obligado á recibir su precio en papel,
y
entonces se le
metió en la cabeza fundar un periódico,
El Centinela,
por el cual tuvo que huir cuando llevaba seis meses
de existencia. En aquel momento fundaba todas sus
esperanzas en el éxito de una ópera cómica titulada
Los Peruanos.
Esta última declaración me hizo tem–
blar. Convertido en autor, habiendo gastado parte de
su fortuna con
El Centinela,
y viviendo sin duda en
el teatro, en relación con los cantantes del Feydeau,
con los músicos
y
la extravagante gente que se oculta
tras el telón de la escena, Mongenod no me pareció
ya el mismo Mongenod. Sentí un gran estremeci–
miento. Pero (CÓmo recobrar mis cien luises? Veía
los dos paquetes en los sendos bolsillos de su panta–
lón co'mo si fuesen dos cañones de pistola. Monge–
nod partió. Cuando me eucontré solo, sin el espectá–
culo de aquella terrible y cruel miseria, me puse á
reflexionar
á
pesar mío con frialdad, diciéndome: «Sin
duda Mongenod se ha depravado y ha venido aquí á
desempeñar alguna comedial>. Su alegria cuando vió
que le daba buenamente una suma tan enorme, me
pareció entonces la alegría de los criados de teatro
cuando logran engañar á algún gerente. Acabé por
donde debía haber empezado, y me prometí tomar
algunos informes sobre mi amigo Mongenod, que me
había dejado escrita su dirección en el dorso de un
naipe. Por una especie de delicadeza no quise ir
á
verle al día siguiente
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pues hubiera podido compren–
der la desconfianza con mi prontitud. Dos días des–
pués, algunos quehaceres me retuvieron por completo,
y sólo pasados quince días, viendo que Mongenod n<>
venía, me decidí á ir una mañana de la Croix- Rouge,
donde yo vivía á la sazón, á la calle de los Moi–
neaux, donde él vivía. Mongenod habitaba en una