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,

DE LA HISTORIA CONTEMPORANEA

S7

pascual?

Aquello era tan interesante como un libro

que se titulase

Los crímenes de un _carnero.

(Son acaso

feroces los carneros con 1-a.s flores

y

con las yerbas?

Si se diese fe á uno de los más sosegados republica–

nos de aquel tiempo, resulta que el mejor de los seres

es siempre cruel con alguien. ¡Pero el pobro Alainl

¡él que, semejante al tío Tobías de Sterne, no era

capaz de aplastar una mosca después de haber sido

picado por ella veinte veces! ¡aquella hermosa alma

babia

esta.do

atormentada por el arrepentimiento!

Esta reflexión representa poco más ó menos la

pausa que hizo el anciano después de estas palabras:

((Escuche usted», y durante las cuales colocó su cojín

deba~

de los pies de Godofredo para que éste parti-

cipase de él.

·

-Tenía entonces poco más de treinta años, em–

pezó diciendo. Si no recuerdo mal, estábamos en

- el 98, época en que los jóvenes tenían que tener la

experiencia de los viejos de sesenta años. Una ma–

ñana, un poco antes de almorzar, á las nueve, mi

anciana criada me anunció á uno de los pocos amigos

que había conservado ertmedio de las tempestades de

la Revolución. Mis primeras palabras fueron para in–

vitarle á almorzar. Mi amigo, que se llamaba Monge–

nod y que era un muchacho de unos veintiocho años,

aceptó, pero con aire azorado; no lo había visto

desde 1793·

-(Mongenod? ... exclamó Godofredo, el. ..

-Si quiere usted saber el fin antes del princ1p1o,

(CÓmo voy á contarle á usted mi historia? repuso el

anciano sonriéndose.

Godofredo hizo un movimiento por el cual prome–

tía guardar un silencio absoluto.

-Cuando Mongenod se sentó, continuó el buen

hombre, observé que sus zapatos estaban horrible–

mente usados. Sus medias habfan sido lavadas tantas

veces, que costaba trabajo creer si eran de seda. Su

pantalón de casimir color de albaricoque estaba tam-