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EL REVERSO
nos bastábamos, necesitábamos un tenedor de libros.
Mientras hablaba así estudiaba el rostro de Godo–
Credo, que no sabía qué pensar de aquella extraña
confidencia; pero como recordaba la escena ocurrida
en casa de Mongenod, permanecía aún entre la duda
y la creencia.
.
-¡Ah! qué feliz seria usted, añadió la dama.
Godofredo quedó de tal modo devorado por la cu–
riosidad, que desde aquel momento resolvió atacar la
discreción de los cuatro amigos interrogándolos. Pero
de todos los comensales de la señora de la Chanterie,
el que más afecto mostraba á Godofredo y el que pa–
recía también inspirar más simpatías á todo el mundo
era el bueno,
el
alegre y el
~sencillo
señor Alain. (Por
qué vías había conducido la Providencia á aquel sér
tan cándido á aquel monasterio sin claustro, cuyos ·
religiosos obraban bajo el imperio de una regla ob–
servada, enmedio de París, con toda libertad, como
si hubiesen tenido el superior más severo? {Qué drama,
qué acontecimiento le había movido á abandonar su
camino en el mundo, para tomar aquel sendero en–
medio de las desdichas de una capital?
Una noche, Godofredo quiso hacer una visita á su
vecino, con intención de sa tisfacer una curiosidad más
aguij oneada por la imposibilidad de toda catástrofe
en aquella existencia, de lo que lo hubiese estado por
la espera del relato de algún terrible episodio de la
vida de un corsario. A las palabras «Entre usted»,
pronunciadas como respuesta á dos golpecitos dados
discretamente, Godofredo dió vuelta á la llave, que
permanecía siempre en la cerradura, y encontró al se–
ñor Alain sentado en un rincón al fuego, leyendo, an–
tes de acostarse, un capítulo de la
Imitación de ]e!.u–
cristo,
á la luz de dos bujías provistas de sendas
pantallas verdes y semejantes á las que acostumbran
á
usar los jugadores de tresillo.
El buen hombre llevaba un pantalón largo, su bata
de cura de moletórt gris, y tenia sus pies á la altura