DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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del fuego, sobre un cojín de tela de punto hecho, lo
mismo que sus zapatillas, por la señora de la Chan-
' .terie_. Aquella hermosa cabeza de anciano, sin más
adorno que una corona de cabellos blancos, casi se–
mejante á la de un anciano monje, se destacaba sobre
el fondo obscuro de la cubierta del inmenso sofá.
El señor Alain colocó con calma sobre una mesita
su libro muy usado, y señaló con la otra mano al
joven el otro sofá, quitándose los lentes sujetos
á
la
punta de su nariz.
-<Le ócurre á usted algo para salir á estas horas
de su
habitación~
preguntó á Godofredo.
-Querido señor Alain, respondió francamente Go–
do~o,
estoy atormentado por una curiosidad, que
usted con una palabra puede decir si es inocente
ó
discreta, y si puede 6 no ser satisfecha.
-.¡Ohl {qué es ello? dijo mirando al joven cqn aire
casi malicioso.
-<Cuál es el motivo que ha inducido á ustedes á
llevar la vida que llevan aquí? Porque para abrazar la
doctrina que implica la renuncia á todo interés, es
preciso estar muy aburrido del mundo, haber herido
á alguien 6 haber sido herido.
-Pues qué, hijo mio,
{DO
es posible sentirse mo–
vido á profunda piedad ante el espectáculo de las mi–
serias que París encierra en sus muros? dijo el anciano
dejando ver en sus labios una de esas sonrisas que
hacían de su roja boca una de las más afectuosas con
que jamás pudiera soñar el genio de un pintor. <Ne–
cesitó San Vicente de Paul el aguijón de los remordi–
mientos 6 de la vanidad herida para dedicarse á los
niños abandonados?
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-Esto cierra tanto más mi boca, por cuanto que
si alguna vez algún alma se ha parecido á la de
aquel héroe cristiano, es seguramente la de usted,
respond1ó Godofredo.
A pesar de la dureza que la edad había impreso á
la piel de su rostro, casi amarillo
y
arrugado, el an-