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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNÉA

6

I

en que los fondos públicos estuviesen al precio más

bajo posible para colocar este dinero; pero lo pondré

en tus manos y tú me considerarás como tu asociado,

dejando yo á tu conciencia el cuidado de devolverme

lo que me corresponda en su tiempo y lugar. La con–

ciencia .de un hombre honrado, le dije, es el mejor

libro de cuentas. Mongenod me miraba fijamente

mientras yo hablaba, y parecía que quería incrustar

mis palabras en su corazón. Me tendió su mano de–

recha, le di yo mi mano izquierda y nos dimos un

apretón, yo muy enternecido y él sin poder contener

ya dos gruesas lágrimas que rodaron por sus mejillas

un tanto marchitas. La vista de aquellas dos lágrimas

llenó mi cora:aón de dolor, y quedé aún más conmo–

vido

~ando,

olvidándolo todo en aquel momento,

Mongenod sacó para enjugarse un mal pañuelo de

las Indias todo roto.-Espera un poco, le dije mar–

chándome para ir

á

mi escondite con el corazón tan

conmovido como si una mujer me hubiese confesado

que me amaba. Volví con dos rollos de cincuenta lui–

ses cada uno.-Toma, cuéntalos ... No quiso contar–

los y miró en torno suyo para ver si veía algún escri–

torio, con objeto de darme, según dijo, un recibo. Yo

me negué terminantemente á tomar papel alguno.–

Si yo me muriese, le dije, mis herederos te

a~ormen­

tarian. Esto debe quedar entre nosotros. Al encontrar

en mi un amigo tan bueno, Mongencd abandonó el

aire de tristeza y de abatimiento que tenía al entrar, y

se puso alegre. Mi criada nos sirvió ostras, vino blan–

co, una tortilla, unos riñones salteados

y

un resto de

pastel de Chartres que mi anciana madre me había

enviado, y después el postre, el café y los licores.

Mongenod, que ayunaba hacía ya dos días, restauró

sus fuerzas. Hablando de nuestra vida anterior á la

Revolución, permanecimos de sobremesa hasta las

tres como los mejores amigos del mundo. Mongenod

me contó el cómo había perdido su fortuna. En pri–

mer lugar, la reducción de las rentas del municipio le