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EL REVERSO

intensa que el deseo inexplicable que le inclinaba ha–

cia la señora de la Chanterie, sintiendo un violento

afán por adherirse á ella, sacrificarse por ella, agra–

darte y merecer sus elogios; en una palabra, que es–

taba atacado de amor platónico, presentía inauditas

grandezas en aquella alma y quería conocerla por

completo. Estaba impaciente por penetrar la existen–

cia secreta de aquellos católicos puros. En fin, en

aquella pequeña reunión de fieles, la majestad de la

religión practicada se acordaba tan bien con lo que

la mujer francesa tiene de majestuosa, que resolvió

hacer todos los posibles para agregarse á ella. Estos

sentimientos hubiesen desaparecido bien pronto del

corazón de un parisiense ocupado; pero, como sa–

bemos ya, Godofredo estaba en la situación de los

náufragos que se agarran á las más débiles ramas

creyéndolas sólidas, y su alma estaba abonada y dis–

puesta á recibir toda simiente.

Encontró á los cuatro amigos en el salón,

y

entregó

el libro á la señora de la Chanterie, diciéndole:

-No he querido que estuviese usted privada de él

esta noche.

-Quiera Dios, respondió la dama mirando el volu–

men, que sea este su último exceso de elegancia.

Al ver las ropas de aquellas cuatro personas redu–

cidas á una extricta limpieza

y

á lo exclusivamente

útil, al ver aquel sistema aplicado rigurosamente á los

menores detalles de la casa, Godofredo comprendió

el valor de aquel reproche tan graciosamente expre–

sado.

-Señora, dijo al fin, las gentes á quienes usted

ha favorecido son unos monstruos; sin quererlo he

oí.io

la conversación que mantenían al salir de aquí,

y créame que reinaba en ella la más negra ingra–

titud.

-Eran los dos cerrajeros de la calle Monffetard,

dijo la señora de la Chanterie á don Nicolás. Eso es

cosa de usted.

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