DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-A esa señora.
-Si yo supiera que ese viejo esqueleto de mujer
se atrevía á perseguirme, le...
-Le... pagarías.
-Tienes razón, porque pagándole, podré sacarle
después más de lo que le saco hoy.
-{No
sería mejor seguir·sus consejos y llegar
á
tener un buen establecimiento?
-¡Bah!
-Puesto que nos promete quien nos preste el di-
nero ...
-Sí, pero sería preciso dejar
fa
v~a,.
•..
-La
vida me aburre; estar siempre en las viñas
no es vida de hombre.
'-----Sí, pero el abate no q.uiso dejar el otro día
aJ
tío Marín, y se lo negó todo.
'
-¡Ahl'el tío Marín quería hacer trampas que sólo
pueden salir bien á los millonarios.
En este momento estos dos hombres, cuyo traje pa–
recía indicar que eran capataces de algún taller, vol–
vieron bruscamente sobre sus pasos para trasladarse
al barrio de la plaza Maubert por el puente del Ho–
tel-Dieu; Godofr&do se separó; pero al verse seguidos
de tan cerca por él, ambos cambiaron una mirada de
desconfianza y su rostro expresó el pesar que sentían
por haber hablado.
Godofredo estaba tanto más interesado en aquella
conversación, por cuanto que recordaba la escena del
abate Veze y del obrero el día de su primera visita .
Meditando sobre aquella cuestión llegó hasta la
tienda de un librero de -¡a calle de Saint-Jacques , y
volvió con un magnífico ejemplar de la mejor edición
--que se ha hecho en Francia de la
IMITACIÓN DE } E–
CRISTO.
Al volver con paso lento para encontrarse
á
la
hora exacta de la comida, recordaba las sensaciones
que había experimentado aquella mañana y sentía una
especie de tranquilidad de alma. Era presa de una pro–
funda curiosidad; pero esta curiosidad era menos
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