EL REVERSO
escucha su voz y se esfuerza por ser un instrumento
dócil de los dedos de la Providencia?... Desaparecen
entonces la vanidad, el amor propi<f'y esas pasiones
que causan continuas heridas á las gentes mundanas;
su quietud iguala á la del fatalista, y su resignación
le hace soportarlo todo. El verdadero sacerdote, un
padre Veze, está entonces como un niño con su ma–
dre, pues la Iglesia, querido amigo mío, es una buena
madre. Ahora bien; se puede ser sacerdote sin haber
recibido la tonsura, y no todos los sacerdotes están
ordenados·. Entregarse al bien es imitar al buen sa–
cerdote, es obedecer á Dios. No quiero predicarle
á
usted, no quiero convertirle, trato únicamente de ex–
plicarle nuestra vida.
-lnstrúyame usted, señora, dijo Godofredo sub–
yugado, á fin de que no falte á ningún artículo de su
reglamento.
-Sería labor demasiado penosa para hacerlo en
un momento, y ya lo irá usted aprendiendo por gra–
dos. Ante todo le recomiendo que no hable nunca de
sus desgracias, que son granos de anís comparadas
con las desdichas con que Dios ha herido á los que
viven á la sazón en vuestra compañía.
Mientras hablaba de este modo, la señora de la
..
Chanterie seguía.haciendo sus puntos con una regu–
laridad desesperante; pero al pronunciar estas últi–
mas palabras, levantó la cabeza y miró á Godofredo,
que estaba encantado de la penetrante dulzura de su
voz, que hemos de confesar que poseía una unción
apostólica. El joven enfermo contemplaba con admi–
ración el fenómeno bastante extraordinario que ofrecía
aquella mujer, cuyo rostro resplandecía. Un tinte ro–
sáceo había animado sus mejillas pálidas, antes como
un cirio; sus ojos brillaban, la
juv~ntud
del alma
resplandecía sus ligeras arrugas, y todo en ella solici–
taba afecto. Godofredo medía en aquel momento la
profundidad del abismo que separaba á aquella mu–
jer de las mujeres de sentimientos vulgares; la veía