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EL REVERSO

conferencia, que carecía de asimación, duró una me–

dia hora. Hablaban en voz baja, cambiando palabras

que todos parecían haber madurado mucho. De vez

en cuando,

el

señor Alain y don José consultaban un

cuaderno hojeándolo.

- Vea usted el arrabal, dijo la señora de la Chan–

terie á don José, que partió.

Esta fué la primera palabra que Godofredo pudo

o

ir.

-Y usted al barrio Saint-Marceau, repuso diri–

giéndose á don Nicolás.

-Recorra usted el arrabal de Saint-Germain y pro–

cure encontrar lo que necesitamos, añadió dirigién–

dose al abate Veze, el cual salió inmediatamente.

-Y usted, mi querido Alain, dijo sonriéndose al

último, lpase usted revista... Ya están decididos los

asuntos de hoy, dijo volviendo al lado de Godo–

fredo.

Y se sentó en un sofá, tomó de una mesita que te–

nía delante de ella unas piezas de tela cortada, y se

puso á coser como si no empezase en aquel momento

el trabajo.

Godofredo, perdido en sus conjeturas y creyendo en

una conspiración realista, tomó la

f>osse

de su patrona

por un exordio y se puso á estudiarla sentándose á su

lado. Quedó sorprendido de la singular destreza con

que trabajaba aquella mujer, cuyos más insignifican–

tes modales hacían ver en ella á la gran dama; tenía la

rapidez de una obrera, pues todo el mundo puede re.

conocer por sus modales la manera de trabajar de un

obrero y la de un aficionado.

-Trabaja usted en ese oficio como si no hubiese

hecho usted otra cosa en su vida, le dijo Godofredo.

-¡Ay de mil respondió la dama sin levantar la

cabeza, hubo un tiempo en que tuve que hacerlo por

necesidad~

Dos gruesas lágrimas brotaron de los ojos de aque–

lla anciana, y, rozando sus mejillas, fueron á caer so–

bre la ropa que cosía.

..

..