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EL REVERSO .
El traje de estas cuatro personas ofrecía el fenó–
meno de una limpieza debida
á
escrupulosos cuida–
dos. En los más insignificantes detalles se verá la
misma mano, la de Manón. Sus ropas tenían sin duda
diez años y se conservaban como se conservan las de
los curas por el poder oculto del amo y del uso cons–
tante. Aquella gente parecía llevar el uniforme co–
rrespondiente á su régimen de vida: sus miradas
estaban acordes, sus rostros respiraban una dulce re–
signación ·y una quietud provocante.
-Señora, {COmeteré una indiscreción preguntando
el nombre de estos
señores~
dijo Godofredo. Estoy
dispuesto á contarles mi vida; {no podría saber de las
suyas lo que las conveniencias permiten que se
sepa~
-Este caballero, respondió la señora de la Chan–
terie señalando al hombre alto y seco, se llama don
Nicolás, y es coronel de gendarmes retirado con el
grado de mariscal de campo. Este otro señor, añadió
señalando al hombrecito grueso, es un antiguo con–
sejero de la audiencia real de París, que se ha reti–
rado de la magistratura en agosto de
1830
y que se
llama don José. Aunque sólo esté usted aquí desde
ayer, le diré que en el mundo don Nicolás llevaba el
nombr~
de marqués de Montaurau, y don José el de
Lecamús, barón de Fresnes; pero para nosotros,
como para todo el mundo, estos nombres no existen
ya, pues no tienen herederos; se anticipan al olvido
que espera á sus nombres, y se llaman sencillamente
don Nicolás y don José, como usted se llama don
Godofredo.
Al oir pronunciar estos dos nombres, tan célebre
el uno en los fastos del realismo por la catástrofe que
terminó con la toma de armas de los chuanes al prin–
cipio del Consulado, y tan venerado el otro en los
fastos del antiguo parlamento de París, Godofredo no
pudo contener un estremecimiento; pero al contem–
plar aquellos dos despojos de las dos cosas más gran–
des de la monarquía derribada, la nobleza y la toga,
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