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EL REVERSO
bajo el imperio de su escudriñadora mirada, al expre–
sarle sus temores, se avergonzó de sí mismo y vió
dibujarse una sonrisa sardónica en los labios de Fe–
derico Mongenod.
-La señora de la Chanterie es una de las perso–
nas más obscuras de París, pero es también una de
las más honradas y dignas, le respondió el ba.nquero.
{Tiene usted motivos para pedirme informes?
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Godofredo quiso apoyarse en futilezas; iba
á
vivir
por mucho tiempo con gente extraña, y era preciso sa–
ber con quién se iba á tratar, etc. Pero la sonrisa del
banquero se hacía cada vez más irónica, y Godo- . ,,
fredo, cada vez más azorado, sintió vergüenza por el '"'
paso que acababa de dar, sin sacar fruto alguno de
él, pues no se atrevió á hacer más preguntas ni sobre
la señora de la Chanterie ni sobre sus comensales.
Dos días después, un lunes por la noche, después
de haber cenado por última vez en el café Inglés y de
haber visto las dos primeras piezas en el teatro de Va–
riedades, se fué á dormir
á
las diez á la calle de la
Chanoinesse, siendo conducido á su habitación por
Manón.
La soledad tiene encantos comparables á los de la
vida salvaje, vida que nunca ha abandonado un euro-
~
peo después de haberla gustado. Esto podrá parecer
·extraño en una época en que se vive tanto más para
il
el prójimo, cuanto que todo el mundo se preocupa de
lo que hace el vecino, y en que es tanto lo que la
prensa, ese Argos moderno, progresa en atrevimiento
y avidez, que la vida privada no tardará en desapa–
recer; no obstante, mi aserto se apoya en los seis pri–
meros siglos del cristianismo, durante los cuales nin–
gún solitario volvió á hacer vida social. Existen pocas
llagas morales que no se curan con la soledad. Godo–
fredo quedó admirado en un principio de la calma
profunda y del silencio absoluto de su nueva morada,
y sintió alivio con esto, como siente alivio con el baño
el viajero fatigado.