DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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ya sabe usted que no está de acuerdo con el despil–
farro y las cosas supérfluas, y yo creo que usted aun
conserva mucho de esto como resto de su antigua
vida, le dijo entonces la señora de la Chanterie.
Al dar este consejo á su futuro huésped, la dama
miraba un diamante que brillaba en el anillo que su–
jetaba la corbata azul de Godofredo.
-Sólo me atrevo á dar á usted estos consejos, re–
puso ella, en la hipótesis de que siga usted con la in–
tención de romper con la vida de disipación de que
usted mismo se lamentaba en casa del señor Mon–
genod.
Godofredo contemplaba á la señora de la Chante–
rie saboreando las armonías de su voz límpida y exa–
minaba aquel rostro completamente blanco, digno de
una de aquellas holandesas graves y
frf~s
que tan
bien reprodujo el pincel de la escuela flamenca, y en
las que las arrugas son imposibles.
-Blanca y fresca, se decía al marcharse; pero
tiene muchos cabellos blancos.
Godofredo, como todas las naturalezas débiles, se
habia acostumbrado fácilmente á la idea de una nueva
vida creyendo que iba á ser feliz, y se había apresu–
rado á trasladarse á la calle de la Chanoinesse; no
obstante, tuvo una idea de prudencia ó de descon–
fianza si se quiere: dos días antes de su instalación
volvió á casa del señor Mongenod para tomar infor–
mes sobre el sitio en que iba á entrar. Durante los
pocos instantes que pasaba en su futura habitación
para ver los cambios que se iban operando en ella,
había observado las idas y venidas de mucha · gente
.cuyo aspecto y catadura, sin ser· misteriosos , permi–
tían creer que los habitantes de aquella' casa se dedi–
caban á alguna profesión
ú
ocupaciones secretas. En
esta época se hablaba mucho de las tentativas que ha–
cia la rama mayor de la casa de Barbón para subir al
trono, y Godofredo creyó en alguna conspiración.
Cuando se encontró en el despacho del banquero
y
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