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.,.

DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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no vió ninguna inflexión en sus facciones, ni ningún

cambio de fisonomía que revelase en ellos pensa–

miento alguno mundano; aquellos dos hombres no se

acordaban ya ó no qúerían acordarse de lo que ha–

bían sido, y esta fué la primera lección que recibió

Godofredo.

-Caballeros, cada uno de sus nombres de ustedes

es toda una historia, les dijo con respeto.

-La historia de mi tiempo, ¡ruinas! respondió

don José.

-Está usted en buena compañía, repuso sonriendo

el señor Alain.

La figura de este hombre puede describirse con dos

palabras: era la misma que tiene el pequeñ'.> burgués .

de París: un buen ciudadano con, cara de borrego

realzada por cabellos blancos, pero desagraciada por

una sonrisa eterna.

Respecto al ·sacerdote, al padre Veze, su calidad lo

decía todo. El sacerdote que llena su misión se co–

noce á la primera mirada que os dirige y que le di–

rigís.

Lo que llamó extraordinariamente la atención de

Godofredo durante los primeros momentos fué el

profundo respeto que los cuatro huéspedes profesa–

ban

á

la señora de la Chanterie; todos, hasta el sa–

cerdote, á pesar del carácter sagrado que le daban

sus funciones, parecían encontrarse ante una reina.

Godofredo notó la sobriedad de todos los comensales.

Todos comían para vivir. La señora de la Chanterie,

lo mismo que sus huéspedes, tomó un solo albari–

coque y medio racimo de uvas; pero advirtió

á

su

nuevo huésped que no debía imitarles,

y

le ofreció

frutas de t9dos los platos.

La curiosidad de Godofredo quedó excitada en el

más alto grado con este début. Después del almuerzo,

al entrar en el salón lo dejaron solo,

y

la señora de

la Chanterie tuvo un conciliábulo secreto con los cua–

tro amigos en el alféizar de una de las ventanas. Esta