DE LA liiSTORIA CONTEMPORÁNEA
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-Dispénseme usted, señora, exclamó Godofredo.
La señora de la Chanterie miró á su nuevo hués–
ped y vió en su rostro tal expresión de pesar, que le
hizo un signo amistoso: Después de haberse enjugado
los ojos, recobró en seguida la calma que la caracted–
zaba.
-Don Godofredo (ya sabe usted que sólo le nom–
braremos por su nombre de bautismo), está usted
aquí enmedio de los despojos de una gran tempestad.
Estamos todos aquí heridos y atacados en nuestros
corazones, en nuestros intereses de familia ó en nues–
tra fortuna, por ese huracán de cuarenta años que ha
derribado el reino y la religión y que ha dispe rsado
los elementos de lo que constituía la antigua Francia.
Palabras indiferentes en apariencia nos hieren ó nos
evocan tristes recuerdosl y ·tal .es la razón del silencio
que reina aquí. Rara vez nos hablamos de nosotros
mismos; procuramos olvidarnos, y hemos encontrado
el medio de substituir nuestra antigua vida por otra
vida. Después de su confidencia en casa de Monge–
nod, me pareció ver alguna semejanza entre su situa–
ción de usted y la nuestra, y por eso decidí á mis
cuatro amigos á que le recibiesen á usted entre nos–
otros; por otra parte, precisábanos encontrar un monje
más para nuestro convento. Pero (qué va usted á ha–
cer~
Es imposible entregarse á la soledad sin provi–
siones morales .
-Señora, al oírla á usted hablar de ese modo, me
consideraré muy feliz si usted se digna ser el árbitro
de mi destino.
-Habla usted como hombre de mundo
y
quiere
usted adularme á mí, que tengo ya sesenta años, re...
puso. Querido hijo mio, sepa usted que está enmedio
de gentes que creen ciegamente en Dios, que han
sentido su mano y que se han entregado á él casi tan
enteramente como si fuesen trapenses . tHa ob¿ervado
usted alguna vez la seguridad profunda del verdadero
sacerdote cuando se ha entregado al Señor, cuando