DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
39
llegada al pico inaccesible adonde la religión la había
conducido, y era aún dem-asiado mundano para no
verse 'herido en lo más vivo y no desear subir á la
cima aguda en que la
~eñora
de· la Chanterie se ha–
llaba; con el fin de sentarse á su lado. Entregándose
á un estudio profundo de aquella mujer, le contó las
decepciones de su vida y todo lo que no había podido_
decir en casa de Mongenod, donde su confidencia se
había limitado á la exposición de su situación.
-¡Pobre muchacho! ...
Esta exclamación maternal, salida de los labios de
la señora de la Chanterie, caía como un bálsamo so–
bre el corazón del joven.
-{Conqoe puedo yo substituir tantas esperanzas
_perdidas y tanto afecto mentido? preguntó al fin Go–
dofredo mirando á la dama, que se había puesto pen–
sativa. He venido aquí para reflexionar y tomar un
partido . He perdido á mi madre, reemplácela usted.
- {Tendrá usted la obediencia de un hijo? le pre- ·
guntó la dama. ·
-Si, si tiene usted toda la ternura de una madre.
-Pues bien, lo ensayaremos.
Godofredo tendió su mano para tomar una de las
de la anciana, que ésta le ofreció adivinando su in–
tención, y que él llevó respetuosamente á los labios.
La mano de la señora de la Chanterie era hermosí–
sima, sin arrugas, ni gorda ni delgada, blanca como
la nieve, y tan bien hecha que podía servir de modelo
á
un escultor. Godofredo había admirado aquellas
manos, encontrándolas en armonía con su voz y con
el azul celeste de sus ojos.
- Espere usted un momento, dijo la señora de la
Chanterie levantándose y entrando en su habitación.
Godofre~o
experimentó una viva emoción y no sa–
bía
á
qué orden de ideas atribuir el movimiento de
aquella mujer. Pero no permaneció mucho tiempo
sumido en sus dudas, pues la dama volvió
á
poco
llevando un libro en la mano.