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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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llegada al pico inaccesible adonde la religión la había

conducido, y era aún dem-asiado mundano para no

verse 'herido en lo más vivo y no desear subir á la

cima aguda en que la

~eñora

de· la Chanterie se ha–

llaba; con el fin de sentarse á su lado. Entregándose

á un estudio profundo de aquella mujer, le contó las

decepciones de su vida y todo lo que no había podido_

decir en casa de Mongenod, donde su confidencia se

había limitado á la exposición de su situación.

-¡Pobre muchacho! ...

Esta exclamación maternal, salida de los labios de

la señora de la Chanterie, caía como un bálsamo so–

bre el corazón del joven.

-{Conqoe puedo yo substituir tantas esperanzas

_perdidas y tanto afecto mentido? preguntó al fin Go–

dofredo mirando á la dama, que se había puesto pen–

sativa. He venido aquí para reflexionar y tomar un

partido . He perdido á mi madre, reemplácela usted.

- {Tendrá usted la obediencia de un hijo? le pre- ·

guntó la dama. ·

-Si, si tiene usted toda la ternura de una madre.

-Pues bien, lo ensayaremos.

Godofredo tendió su mano para tomar una de las

de la anciana, que ésta le ofreció adivinando su in–

tención, y que él llevó respetuosamente á los labios.

La mano de la señora de la Chanterie era hermosí–

sima, sin arrugas, ni gorda ni delgada, blanca como

la nieve, y tan bien hecha que podía servir de modelo

á

un escultor. Godofredo había admirado aquellas

manos, encontrándolas en armonía con su voz y con

el azul celeste de sus ojos.

- Espere usted un momento, dijo la señora de la

Chanterie levantándose y entrando en su habitación.

Godofre~o

experimentó una viva emoción y no sa–

bía

á

qué orden de ideas atribuir el movimiento de

aquella mujer. Pero no permaneció mucho tiempo

sumido en sus dudas, pues la dama volvió

á

poco

llevando un libro en la mano.