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DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

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y

del señor Alain; pero le· faltaba saber los nombres

de las otras dos personas. Estas guardaban silencio

y

comían con esa atencién que los religiosos parecen

prestar á los más insignificantes detalles de sus co–

midas.

-Señora, (provienen también de su quinta estas

hermosas frutast preguntó Godofredo.

-Sí, caballero, respondió la dama. Lo mismo que

el gobierno, tenemos nuestra pequeña quinta modelo,

que es

á

la vez casa de campo

y

que está situada á

tres leguas de aquf, en la carretera de Italia, cerca de

Villeneuve- S!lint-Georges.

-Es una propiedad que nos pertenece

á.

todos

y

que ha de quedar para el último superviviente, dijo

el

buen Alain.

'

-¡Oh! vale poca éosa, añadió la señora de la

Chanterie, que pareció temer que Godofredo consi–

derase sus palabras como un anzuelo.

-Hay treinta fanegas de tierra laborables, seis fa–

negas de prado y un cercado de cuarenta fanegas en

cuyo centro se encuentra nuestra casa, que tiene de–

lante y

á

alguna distancia la quinta, dijo á Godofredo

uno de los dos personajes desconocidos.

-¡Pero esa propiedad debe valer más de cien mil

francos! respondió Godofredo.

-¡Oh! no sacamos de ella más que nuestras pro–

visiones, respondió el mismo personaje desconocido.

Era éste un hombre alto, grave y seco. Al primer

golpe de vista se notaba que había servido en

el

ejército; sus cabellos blancos mostraban á las claras

que había pasado de los sesenta años,

y

su rostro ex–

presaba la existencia de violentos pesares, soportados

con auxilio· de la religión. El segundo desconocido,

que parecfa tener algo á la vez de profesor de retórica

y de hombre de negocios, era de estatura ordinaria,

gordo, y sin embargo ágil; su rostro denotaba la jo–

vialidad propia de los notarios

y

de los procuradores

de París.

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