DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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banquero, no tengo ya familia y venía á pedir un con–
sejo financiero al antiguo banquero de mi padre, para
acomodar mi fortuna á un nuevo género de vida.
Godofredo contó en pocas palabras su historia y
manifestó sus deseos de cambiar de existencia.
-En otro tiempo, dijo, en mi situación, un hom–
bre se huhiera hecho monje; pero hoy ya no tenemos
en Francia órdenes religiosas.
-Vaya usted á casa de la señora, si ella tiene á
bien aceptarle por huésped, dijo Federido Mongenod
después de haber cambiado una mirada con la señora
de la Chanterie, y no toque usted á su fortuna, confíe–
mela. Deme usted una nota exacta de sus deudas, yo
señalaré fecha para el pago á sus acreedores, y aun
le quedarán á usted de renta unos ciento cincuenta
francos mensuales. Se necesitarán dos años para
li–
quidar sus deudas. Durante este tiemP,O puede usted
escoger una carrera, sobre todo estando en compañía
de personas que han de aconsejarle bien.
Luis Mongenod llegó en este momento llevando en
la mano cien billetes de mil francos, que se apresuró
á entregar
á
la señora de la Chanterie. Godofredo
ofreció el brazo á su futura patrona y la acompañó
hasta el coche.
-Hasta muy pronto, pues, caballero, le dijo con
afectuosa voz.
-(A qué hora estará usted en casa, señora? le pre–
guntó Godofredo.
-Dentro de dos horas.
-Está bien, tengo tiempo para vender mis mue-
bles, dijo despidiéndose.
Durante el poco tiempo que la señora de la Chan–
terie había apoyado su brazo en el de Godofredo y
ambos habían marchado juntos, Godofredo no había
podido disipar la aureola que aquellas palabras: «Su
cuenta de usted a:sciende á un millón seiscientos mil
francos,,, dichas por Luis Mongenod, daban á aquella
mujer cuya vida transcurría en el fondo . del claustro