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EL REVERSO
las de París! Se vivía en la calle de la Chanoinesse
como en provincias: era preciso retirarse antes de las
diez, se odiaba el ruido y no se querían mujeres ni
niños para no tener que alterar las costumbres. Sólo
un eclesiástico podía acomodarse á aquel régimen. La
señora de la Chanterie deseaba sobre todo una per–
sona de costumbres modestas y poco exigente, pues
no podía poner en la habitación más que lo estricta–
mente necesario. El señor Alain (y señaló á uno de
los cuatro asistentes) estaba contento, y ella trataría
á su nuevo inquilino como á los antiguos.
-No creo, dijo entonces el sacerdote, que el señor
esté dispuesto á venir á meterse en nuestro convento.
-{Por qué no? dijo el señor Alain, ¡si se encuentra
uno aquí perfectamente!
-Señora, repuso Godofredo levantándose, tendré
el honor de venir á ver á usted mañana.
Aunque era un joven, los cuatro ancianos y la se–
ñora de la C:hanterie se levantaron, y el vicario lo
acompañó hasta la escalinata exterior. Se oyó un sil–
bido, y á esta señal el portero apareció armado de una
linterna, acompañó á Godofredo hasta la calle, y vol–
vió á cerrar la enorme puerta amarilla y pesada como
la de una cárcel, y adornada con clavos y arabescos
de hierro de una época difícil de determinar.
Cuando Godofredo subió á un cabriolé y se enca–
minó hacia las regiones del París animado, iluminado
y bullicioso, todo lo que acababa de ver le pareció un
sueño; sus impresiones, cuando llegó al bulevard de
los Italianos, habían pasado ya al estado de lejano
recuerdo, y se preguntaba:
-{Encontraré mañana á esa
gente~
Al día siguiente, al levantarse enmedio dé los de–
corados del lujo moderno y de las minuciosidades del
confort
inglés, Godofredo se acordó de todos los de–
talles de su visita al claustro de Notre·Dame, y pro–
curó adivinar el papel de las personas y las cosas que
había visto. Los cuatro desconocidos, cuya indumen-