DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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-Si, dijo Manón. La habitación del señor Alain es
como la de usted, pero tiene además la vista de la
torre.
~Me
parece que sería preciso volver á ver esto de
día, dijo tímidamente Godofredo.
-Como usted guste, dijo Manón.
El sacerdote
y
Godofredo bajaron, dejando que ce–
rrase las puertas la criada, que no tardó en unfrseles.
Al entrar en el salón, Godofredo, más tranquilo ya,
pudo examinar los seres, las personas y las cosas, al
mismo tiempo que hablaba con la señora de la Chan–
terie.
Este salón tenia en las ventanas unas cortinas de
seda antigua encarnada, sostenidas por cordones tam–
bién de seda. El rojo pavimento se veía en los bordes
de una vieja alfombra que era demasiado pequeña
para cubrirlo completamente. El maderamen estaba
pintado de un color gris. El techo, separado en dos
partes por una gran viga que partía de la
chimenea~
parecía una concesión hecha tardíamente al lujo. Los
sofás, de madera pintada de blanco, estaban tapiza–
dos!. Un mezquino reloj entre dos candelabros de
cobre dorado, adornaba la chimenea. La señora de la
Chanterie tenía á su lado una mesa vieja, sobre la cual
se veían sus pelotas de lana dentro de un cestito de
junco. Una lámpara idrostática alumbraba esta escena.
Los cuatro hombres sentados, fijos, inmóviles y
silenciosos como bronces, habían dejado indudable–
mente su conversación, lo mismo que la señora de la
Chanterie, al oir volver al extranjero. Todos tenían
caras frías y discretas en armonía con el salón, la casa
y
el barrio que habitaban. La señora de la Chanterie
convino en lo razonable de las observaciones de Go–
dofredo, y le respondió que no quería hacer nada
antes de conocer las intenciones de su inquilino, 6,
mejor dicho, de su huésped . Si el inquilino se amoL–
daba á las costumbres de su casa, pasaría á ser su
huesped; ¡pero diferían tanto aquellas costumbres de