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EL REVERSO
sets. Cuando Godofredo se detuvo en el umbral de la
puerta de la casa en que vivía la señora de la Chan–
terie,
el
sacerdote se volvió hacia Godofredo y lo exa–
minó á la luz del farol, que será sin duda uno de los
últimos en desaparecer del centro del viejo París.
-{Viene usted á ver á la señora de la Chanterie,
caballero? le preguntó el sacerdote.
-Si, respondió Godofredo; las palabras que acabo
de oírle decir á un obrero me prueban que esta casa,
si usted vive en ella, tiene que ser saludabe para mi
alma.
-{Ha sido ·usted, pues, testigo de mi derrota?
dijo el sacerdote levantando el picaporte. Ya habrá
visto usted que no he logrado mi objeto.
-Al contrario, me parece que el obrero fué el
derrotado, pues pedía á usted dinero con mucha
energía.
-¡Ay de mil respondió el sacerdote, una de las
mayores desgracias de las revoluciones en Francia es
que cada una de ellas es un nuevo aliento para la am–
bición de las clases inferiores. Para salir de su·con–
dición, para llegar á hacer la fortuna, ·que se consi–
dera hoy como la única garantía social, este obrero
se entrega á esas monstruosas combinaciones que, si
no salen bien, tienen que llevar al especulador á reo.:.
dir cuentas á la justicia humana. He ahí lo que pro–
duce á veces la ociosidad.
El portero abrió una pesada puerta, y el sacerdote
dijo á Godofredo:
-Supongo que vendrá usted por la habitacioncita.
-Si, señor.
El sacerdote y Godofredo atravesaron entonces un
amplio patio, en cuyo fondo se dibujaba, en negro,
una elevada casa, flanqueada por una torre cuadrada
más elevada aún que los tejados y de sorprendente
vetus~ez.
El que conoce la historia de París sabe que
el suelo se ha elevado de tal modo delante y en torno
de la catedral, que no existe vestigio de los doce pel-