DE J.A HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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no recibía
á
nadie durante sus comidas.
A~ella
se–
ñora estaba visible por la noche, después de1as siete,
ó por la mañana, de diez á doce. Al mismo tiempo
q&e hablaba, el señor Millet examinaba á Godofredo
y le hacia sufrir un primer examen.
-(Es el señor
soltero~
La señora deseaba una per–
sona de costumbres arregladas, pues se cierra la'
puerta á las once á más tardar. Pero, por su edad,
me parece que el señor ha de convenir
á
la señota de
la Chanterie.
-(Qué edad me supone
usted~
preguntó Godo–
Credo.
-Unos cuarenta años, respondió el portero.
Esta sencilla respuesta sumió á Godofredo en un
acceso de misantropía y de tristeza; se fué
á
comer al
muelle de la Tournelle, y volvió á contemplar Notre–
Dame en el momento en que los últimos rayos del
sol poniente iluminaban los múltiples arbotantes de
su cúspide. El muelle se encuentra ya en la sombra
cuando las torres brillan coronadas de luz, y este con–
traste llamó la atención de Godofredo , que estaba en–
tregado á todas las amarguras que la cruel sencillez
del tendero había removido.
Este joven flotaba, pues, entre los consejos de la
desesperación y la conmovedora voz de las armonías
religiosas promovidas por la campana de la catedral,
cuando enmedio de las sombras, del silencio y de las
claridades de la luna oyó la frase del sacerdote. Aun–
que poco devoto, como la mayor parte de los jóvenes
de este siglo, aquellas palabras atacaron su sensibili–
dad y se encaminó á la calle de la Chanoinesse
cuando ya no pensaba volver.
El sacerdote y Godofredo quedaron tan asombrados
uno como otro al ver que ambos entraban en la calle
de Massillón, que está enfrente del pórtico norte de
la catedral, y se "encaminaban juntos, por la calle de la
Chanoinesse, al lugar en que, hacia la calle de la Co–
lombe, acaba por convertirse en calle de los Marmou-