DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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y
bastante talento. para hacerse á sí mismo elegías
llenas de odio
y
de amargura.
Inhábil para luchar contra las cosas, comprendién–
dose con facultades, pero sin voluntad para ponerlas
en acción, convencido de sus defectos, sin fuerza para
emprender una gran cosa y para resistir á los vicips
que había adquirido durante su vida anterior, pro–
ducto de su educación y de su ociosidad, estaba de–
vorado por tres enfermedades, una de las cuales
bastaba para que sintiese repugnancia por la vida
cualquier joven alejado ya de la fe religiosa. Por estas
razones, Godofredo tenía esa cara que tienen tantos
hombres
y
que ha llegado á ser el tipo de la cara pa–
risiense; se ven en ella ambiciones burladas ó muer–
tas, una mezquindad interior, un odio adormecido
por la indolencia de una vida bastante ocupada con
el espectáculo exterior y diario de París, una inape–
tencia que busca excitantes, la queja sin el talento, la
mueca de la fuerza, el veneno de desengaños anterio–
res que mueve á reírse de todas las burlas, á deshon–
rar á todo el que medra , á desconocer los poderes
más necesarios, á regocijarse con sus apuros y á no
mostrarse partidarios de ninguna forma social. Este
mal parisiense es á la conspiración activa y perma–
nente de las gentes de energía lo que la albura á la
savia del árbol: la conserva, la sostiene y la disi–
mula.
Cansado de si mismo , llegó un día en que Godo–
fredo quiso dar un rumbo á su vida al encontrar á
uno de sus compañeros de colegio que había hecho
la tortuga de la fábula de La Fontaine del mismo
modo que él había hecho la liebre. En una de esas
conversaciones provocadas por su reconocimiento en–
tre amigos de colegio, y mantenida paseándose al sol
en el bulevard. de los Italianos, quedó asombrado al
Yer que había logrado sus deseos aquél que, dotado
en apariencia de menos medios
y
menos fortuna que
él, se había puesto á ejecutar por la mañana lo que ha-