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EL REV.I!.RSO
vió en el amenazador horizonte de su porvenir una
larga huella luminosa en que brillaba el azul del étera
y
siguió aquella claridad, como siguieron los pastorés
del Evangelio la dirección de la voz que les gritó desde
arriba: <(El Señor acaba de nacer». El hombre que
había pronunciado aquellas consoladoras palabras ca–
minaba
á
lo largo de la catedral, y, por una conse-:.
cuencia de la casualidad, que á veces es consecuente,_
se dirigió hacia la misma calle de donde el paseante
venía,
y
adonde vol vía llevado por las faltas de su
vida.
Este paseante se llamaba Godofredo. Cuando ter–
mine esta historia se comprenderá la causa que nos
mueve á no usar más que los nombres de los perso–
najes que en ella figuran.
Expliquemos ahora el porqué Godofredo, que vivía
en el barrio de la Chaussée-d'Antín, se encontraba á
semejante hora en los alrededores de Notre-Dame.
Hijo de un comerciante al por menor que,
á
fuerza
de economías había logrado hacer una fortuna, fué
toda la ambición de su padre
y
su madre, que soña–
ron con hacerle notario en París. En su consecuencia,
desde la edad de siete años fué pues to en el colegio
del abate Liautard , entre los hijos de muchas familias
distinguidas que, bajo el reinado del Emperador, ha–
bían escogido esta casa para la educación de sus hijos,
por adhesión
á
la religión, un tanto olvidada en los
liceos. Mientras estuvo en el colegio, las desigualda–
des sociales, entre él
y
sus compañeros, pasaron para
Godofredo desapercibidas; pero ·en
1821,
una vez
acabados sus estudios
y
colocado en casa de un no–
tario, no tardó en reconocer las distancias que le se–
paraban de aquellos con quienes hasta entonces había
vivido familiarmente.
Obligado á estudiar la carrera de derecho, se vió
coD.fundido entre una multitud de hijos de familias
modestas que, sin fortuna ni distinciones hereditarias,
tenfan que esperarlo todo de su valor personal ó de