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EL REVERSO

malecón de la Tournelle y el Hospital, inmundo barrio

que los modernos regidores se ocupan en este mo–

mento de hacer que desaparezca.

En

18

35, este maravilloso cuadro ofrecía una nueva

curiosidad: entre el parisiense apoyado en la baran–

dilla y la catedral se extendían aún las ruinas del Ar–

zobispado, el Terrain, pues tal era el antiguo nombre

de este lugar desierto. Cuando se contemplan desde

allí tantos lugares inspiradores, cuando el alma abraza

el pasado y el presente de la ciudad de París, la reli–

gión parece estar albergada en aquel sitio cual si tra–

tase de tender sus dos manos para aliviar los dolores

de una y otra orilla, cual si tratase de ir del arrabal de

Saint-Antoine al arrabal Saint-Marceau. Esperemos

á que tan sublimes armonías se completen con la cons–

trucción de un palacio episcopal del genero gótico,

que ha de reemplazar á ·las casuchas sin carácter si–

tuadas entre el Terrain, la calle de Arcole, la catedral

y el malecón de la Cité.

Este punto, que es el corazón del antiguo París, es

el lugar más solitario y más melancólico de la ciudad.

Las aguas del Sena corren allí con estrépito, y la ca–

tedral cubre con su sombra este sitio á la caída de la

tarde. Se comprende que tales lugares promuevan y

originen grandes pensamientos en un hombre atacado

de una enfermedad moral. Seducido sin duda por el

recuerdo que existía entre sus ideas del momento y

· las que nacen al contemplar tan diversos parajes, el

paseante permanecía con las manos apoyadas en la

barandilla y siendo presa de una-doble contemplación:

¡París y

él!

Las sombras crecían, los faroles se en–

cendían en lontananza, y él no se

ma~chaba,

domi–

nado sin duda por una de esas profundas meditaciones

de nuestro porvenir, que el pasado contribuye

á

hacer

tan solemnes.

En este momento oyó que se aproximaban á él dos

personas cúya voz había llegado á sus oidos desde el

puente de piedr-a que une la isla de la Cité con el mue-