DE LA HibTORIA CONTEMPORÁNEA
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taria, actitud y silencio admiraba aún, debían ser
huéspedes lo mismo que ·el sacerdote. La solemnidad
de la señora de la· Chanterie le parecía que debía pro–
venir de la secreta dignidad con que soportaba gran–
des desgracias. Pero á pesar de las explicaciones que
se daba á sí mismo, Godofredo no podía menos de
atribuir un aire misterioso á aquellos discretos rostros.
Escogía con la mirada aquellos de sus muebles que
podían ser conservados y los que le eran indispensa–
bles; ·pero al transportarlos con el pensamiento á la
horrible habitación de la calle de la Chanoinesse, se
echó á reir del contraste que harían allí y resolvió
venderlos todos y dejar que la señora de la Chanterie
l~
amueblase el piso á su gusto. Necesitaba empren–
der una vida nueva, y los objetos que pudiesen
recordarle su antigua habitación habían de serie nece–
sariamente enojosos. Llevado de su deseo de trans–
formación, pues pertenecía á esa clase de hombres
que se entusiasman y avanzan de pronto en la ejecu–
ción de una idea, en lugar de ir paso á paso como
hacen otros, cuando estaba almorzando se le ocurrió
de repente una idea: realizar su fortuna, pagar sus
deudas y colocar el resto de su capital en la casa de
banca con
quie~
su padre había tenido relaciones.
Esta casa era la casa Mongenod
y
Compañía, esta–
blecida desde
1
8
16
ó
1
8
1
7, y cuya reputación de pro–
bidad petmanecfa inmaculada, enmedio de la depra–
vación general que en mayor ó menor grado había
manchado á muchas casas de París. Así, á pesar de
sus inmensas riquezas, las casas Nucingen
y
de Tillet,
Keller hermanos, Palma y Compañía; padecen un
descrédito secreto, ó, si se quiere, una de esas des–
honras que sólo se expresan de oído á oído. Sin em–
bargo, los espantosos medios empleados por estos
banqueros dieron hermosos resultados, y los éxitos
polfticos, los principios dinásticos cubrían tan bien sus
sucios orígenes, que nadie piensa ya, en
1734,
en el
barro en que sumergen sus raíces estos árboles ma-