Z, MARCAS
estudio; nos hizo darnos prisa, explicándonos
el
valor
del tiempo, haciéndonos comprender que la emigra–
ción tendría lugar en breve, dando por resultado la
desaparición de Francia de la crema de su energía
y
de esos talentos jóvenes
y
de esas inteligencias que
siendo necesariamente hábiles, habían de escoger los
mejores puntos,
y
que, por lo tanto, era cuestión de
darse prisa para llegar los primeros. Desde entonces,
velamos muchas veces á la luz de un quinqué. Aquel
generoso maestro nos escribió algunas memorias, dos
para Justo y tres para mi, que son admirables ins–
trucciones
y
que encierran esas enseñanzas que sólo
la experiencia puede dar
y
esos jalones que sólo el
genio puede plantar. Hay en estas páginas perfumadas
de tabaco, llenas de caracteres de una cacografía casi
jeroglífica, indicaciones de fort una
y
predicciones in–
falibles. Se encuentra en estos escritos opiniones
sobre ciertos puntos de América
y
d~
Asia, que, antes
y
después de que Justo
y
yo hubiésemos podido par–
tir, se realizaron .
Por lo demás, lo mismo que nosotros, Marcas ha–
bía llegado
á.
la más completa miseria; ganaba lo
necesario para comer, pero no tenía ropa interior,
trajes, ni calzado. Había soñado con el lujo al soñar
con el ejercicio del poder, de modo que no se recono–
cía por el Marcas verdadero. Su forma le tenía sin
cuidado
y
la abandonaba al capricho de la vida real.
Él vivía gracias al aliento de su ambición, soñaba con
la venganza,
y
se reprochaba á sí mismo el entregarse
á
un sentimiento tan bajo. El verdadero hombre de
Estado debe ser, ante todo, ind1ferente á las pasiones
vulgares; como el sabio, sólo debe apasionarse por las
cosas de su ciencia. En aquellos días de miseria fué
cuando Marcas nos pareció grande y terrible; había
un no sé qué de espantoso en su mirada, que contem–
plaba un mundo más del que contemplan los hombres
ordinarios . Era para nosotros un objeto de estudio
y
de asombro, pues la juventud ({quién de nosotros no