Z,
MARCAS
plir mis palabras, ahora tengo ocasión para ser fiel
á
mis promesas
u
se niega usted?
Marcas no respondió á esta última frase. Las botas
se oyeron de nuevo en el descansillo, y el ruido se en–
caminó hacia la escalera.
-¡Marcas! ¡Marcas! gritamos los dos introducién–
donos en su cuarto.
~Por
qué se ha negado usted? El
hombre venía de buena fe, sus condiciones son hon–
rosas,
y,
por otra parte, tendrá usted que ver á los
ministros .
. En un abrir
y
cerrar de ojos, dimos cien mil razo–
nes á Marcas; el acento del futuro ministro era inge–
nuo,
y
sin que nosotros 1<? hubiésemos visto, habíamos
comprendido que no mentía.
-No tengo ropa, nos respondió Marcas.
-Cuente usted con nosotros, le dijo Justo, mirán-
dome.
Marcas tuvo el valor de confiar en nosq1il!os; un raye>
brotó de sus ojos, se pasó la mano por los cabellos,
se descubrió la frente haciendo uno de esos gestos
que revelan una creencia en la dicha,
y
cuando, por
decirlo así, nos desveló su faz, vimos en él á un hom–
bre que nos era completamente desconocido: Marcas
sublime, Marcas en el poder, el espíritu en su ele–
mento, el pájaro que recobra su libertad, el pez que
vuelve á las ondas de su elemento, el caballo que ga–
lopa , 'en su estepa. Aquello fué pasajero; su frente
volvió
á
nublarse
y
pareció tener una visión de su des–
tino. La sombría duda seguía de cerca á la esperanza
de blancas aias. Dejamos
á
nuestro hombre entregado.
á
sí mismo.
-¡Ahl ¡diantre! hemos hecho una promesa; pero.
(CÓmo vamos á hacer para cumplirla? dije al doctor.
-Pensémoslo durmiendo, me respondió Justo,
y
mañana nos comunicaremos nuestras ideas.
Al día siguiente por la mañana, fuimos
á
dar un
paseo por el Luxemburgo.
Hablamos tenido tiempo para pensar en el aconte-