Z. MARCAS
marse entre los ambiciosos que llevaban al
m~nos
una
idea, la de sacudir el yugo de - la corte. Pero Marcas
respondió al embajador con las palabras: ((¡Es de–
masiado tarde!»
Marcas no dejó ni para el entierro. Justo y yo tu–
vimos que tomarnos el trabajo de evitarle la vergüenza
del carro de los pobres, y nosotros dos solos seguimos
el coche mortuorio de Z. Marcas, que fué arrojado en
el
foso común del cementerio de Mont· p·arnase.
Todos nos miramos tristemente al terminar t:sta re–
lación, última que nos hizo Carlos Rabourdín, la vís–
pera del día en que se embarcó en un bergantín, en
el Havre, para las islas de la Malesia, pues conocía–
mos más de un Marcas, y más de una víctima de esa
fideiidad política, pagada con la traición ó con el
olvido.
En los
J
ardíes, mayo de
1840.
FIN.