Z. MARCAS
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los medios que habíamos empleado para entrar en
P._osesión de aquellas riquezas, y le hicimos reir por
última yez. Nosotros mirábamos á Marcas como ar–
madores que viesen desplegar las velas á un buque
cuyo equipo
hubie~e
agotado todo su crédito y todos
sus recursos.
Al llegar á esta parte de su relato, Carlos se calló
y
pareció oprimido por sus recuerdos.
-Y bien, {qué
ocurrió~
le preguntaron.
-Voy
á
decíroslo en dos palabras, porque no es
una novela, sino una historia. No volvimos á ver á
Marcas y el mit1isterio duró tres meses. El póbre Mar–
cas volvió sin un céntimo y agobiarlo por los trabajos.
Había sondado el cráter del poder, y volvla con un
principio de fiebre nerviosa. La enfermedad hizo
r4-
pidos progresos y nosotros lo cuidamos. Al principio,
Justo trajo al médico jefe del hospital en que había
entrado como interno. Y yo, que por entonces habi–
taba el cuarto solo, fui el más atento de los enferme–
ros; pero los cuidados y la ciencia fueron inútiles. En
el
mes de febrero de
1830,
Marcas comprendió que no
le quedaban más que algunos días de vida. El hombre
de Estado, á quien había servido de arma durante
seis meses, no fué á verle, ni siquiera mandó á pedir
noticias de éÍ. Marcas manifestó el más profundo des–
precio por el gobierno; pareció que dudaba de los
destinos de Francia, y esta duda fué la causa de su
enfermedad. Había creído ver la traición en el corazón
del poder; pero no una traición palpable, visible y re–
sultado de hechos, sino una traición producida por un
sistema y por sujeción de los intereses nacionales al
egoísmo particular. Bastaba su creencia en el abati–
miento de su pais para que la enfermedad se agra–
vase. Yo fui testigo de las proposiciones que le fueron
hechas por uno de los jefes del partido que él había
combatido. Su odio á aquellos á quienes había inten–
tado servir era tan violento, que hubiese consentido
gustoso en entrar en la coalición que empezaba á for-
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