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Z, MARCAS

sembrado de reflexiones, máximas y observaciones

que denotaban al gran poBtico , bast:;¡ron algunas pre–

guntas y algunas

re~uestas '

mutuas ·sobre la marcha

de las cosas en Francia y en Europa, para que nos

quedase demostrado que Marcas era un verdader(}

hombre de Estado, pues los hombres pueden ser

pronto y fácilmente juzgados cuando consienten en

descender al terreno de las dificultades: hay para los.

hombres superiores

Shibolet,

y

nosotros éramos de la

tribu de los levitas modernos, sin estar aún en el tem–

plo. Como os he dicho ya, nuestra vida ocultaba los.

proyectos que Justo ha e¡ecutado por su parte

y

que

yo voy á llevar á la práctica .

Det::pués de habernos comunicado mutuamente

nuestros propósitos, salimos los tres y nos fuimos á

pasear, espt·ran io la hora de comer,

y

á pesar del frío,

por el jardín del Luxemburgo. Durante este paseo, la

conversaciÓtl , siempre grave, versó sobre los puntos.

dolorosos de la situación política Cada uno de nos–

otros dijo su frase, su observación, su broma ó su

máxima. Ya no se trataba exclusivamente de la vida

en las proporciones colosales que acababa de pintar–

nos Marcas, el soldado de las luchas políticas. No

existiÓ tampoco el honroso monólogo del navegante

sepultado en la horrible buhardilla de la posada Cor–

neille, sino que se entabló un diálogo en que dos jó–

venes instruidos, que habían juzgado á su época,

investigaban

y

trataban de iluminar su porvenir bajo

la dirección de un hombre de talento.

-<Por qué no imitó usted al único hombre que

supo conducirse bien desde la revolución de julio acá,

manteniéndose siempre á

flote ~

le preguntó. Justo.

-. -<No le he dicho á usted que no conocemos todas

las raíces de la suerte? Carrel estaba en una posición

idéntica á la de ese orador. Ese sombrio joven , ese

espintu amargo, llevaba todo un gobierno en su ca–

beza; ese de quien usted me habla, sólo pretende

figurar en segundo término en cada uno de los acon-