Z, MARCAS
les, los proyectos sentados que abortaban por la
i nfl uencia de una mujer inepta. las conferencias con
mercachifles, que querían que s¡s fondos les valiesen
la dignidad de par
y
gruesos intereses; las esperanzas
llegadas
á
la cima y que cafan después al fondu del
abismo dividiéndose en dos mil pedazos; las maravi–
llas operadas para unir á personas de intereses contra–
rios, que se separaban después de haber estado unidos
ona semana; los di.,gustos mil veces repetidos
d~
ver
á un estúpido condecorado con la Legión de Honor,
el cual, á pesar de su ignorancia de hortera, era pre–
f-erido á un hombre de talento; después, lo que lla–
maba Marcas las estratagemas de la estupidez: se le
habla á un hombre, parece convencido, menea la ca–
beza
y
todo va á arreglarse ; al día siguiente, aquella
pelota de goma, que se ha dejado comprimir un mo–
mento, vuelve
á
recobrar por la noche su consistencia.,
y
hay que empezarlo todo de nuevo,
y
volvéis á tra–
bajar hasta que os quedáis convencidos de que no te–
néis que habéroslas con un hombre, sino con una
almáciga que se seca al sol.
Estas mil decepciones, estas inmensas pérdidas de
fuerza humana derramada en puntos estériles. la difi–
cultad para obrar el bien, la increíble facilidad para
hacer el mal, dos grandes campañas emprendidas, dos
veces ganadas
y
dos veces perdidas, el odio de un
hombre de Estado, verdadera cabeza de madera, pero
á
quien se daba fe, todas estas grandes
y
pequeñas
cosas habían contribuido, no á desanimar á Marcas,
sino á abatirlo momentáneamente . Los días en que
había tenido dinero, sus manos no lo habían retenido,
y
se había proporcionado el celestial placer de en viario
todo á su familia, á sus hermanos, á sus hermanas
y
á
su anciano padre . Él, como Napoleón cuando es–
tuvo caído, no necesitaba más que seis reales diarios,
y
cualquier hJmbre de energía puede ganar esta can–
tidad en París.
Una vez que Marcas acabó de hacernos su relato,