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Z, MARCAS
cano. un conspirador, un francés, un anciano hizo
más de lo que nosotros hemos oido decir de la firmeza
negra, y del desprecio y la calma que en medio de sus
derrotas atribuye Cooper á los pieles rojas. Morey ,
ese Guatimocín (
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de la Montagne, guardó una acti–
tud inaudita en los anales de la justicia europea . He
aqu\ lo que nos contó Marcas aquella mañana, entre–
cortando su relato con tostadas untadas de queso y
humedecidas con vasos de vino. El tabaco se consu–
mió todo . A veces, los coches que atravesaban la
plaza del Odeón y los ómnibus con su continuo ro–
dar, hacían llegar un ruido hasta nosotros como para
demostrarnos que París seguía estando allí.
Su familia era de Vitré, y sus padres vivían con su
renta de mil quinientos francos.
Hab~a
hecho sus es–
tudios gratuitamente en un seminario, y se había ne–
gado á ser cura; sintió en su interior el fuego de una
ambición excesiva, y había venido
á
pie á Paris,
á
la
edad de veinte años, con doscientos francos por todo
capital. Trabajando en casa de un procurador, donde
había llegado á primer pasante, logró hacer la carrera
de derecho. Era doctor en esta facultad, poseía la an–
tigua y nueva legislación y podía competir con los
más célebres abogados. Sabía el derecho de gentes
y
conocía todos los tratados europeos y las costumbres.
internacionales. Había estudiado los hombres y lasco–
sas en cinco capitales: Londres, Berlín, Viena, San
Petersburgo y Constantinopla. Nadie conocía mejor
que él los precedentes de la cámara. Durante cinco
años, · había hecho las revistas de las sesiones para un
periódico. Improvisaba, hablaba admirablemente
y
podía perorar mucho tiempo con aquella voz graciosa,
profunda, que nos había llegado hasta el alma . Por·
el relato de su vida, nos probó que era gran orador,
orador conciso, grave, y sin embargo, de penetrante
( •) Ultimo emperador indio de Méjico; fué muerto
por–
los españoles después de una defensa heroica.
(N. del T .)