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Z. MARCAS

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lleritosl ¡Debíais dormir debajo de la cama, dije ahue–

cando la voz, porque sois indignos de dormir encima!

-Sí, pero, ministro de justicia, el caso es que no–

tenemos tabaco, dijo Justo.

-Ya es tiempo de escribir

á

nuestras tías,

á

nues-–

tras madres y á nuestras hermanas diciéndoles que

no tenemos ropa y que las calles de París ser'fan capa–

ces de romperla aunque fuera de alambre. Resolvere–

mos un hermoso problema de química cambiando la

ropa en dinero.

~Sí,

pero {CÓmo nos arreglaremos para vivir hasta

que

contesten~

-Yo voy á hacer un empréstito yendo á casa de

un amigo mío, que seguramente no habrá agotad()

sus capitales.

-Y {Cuánto

encontrarás~

-¡Toma! diez francos, respondí yo con orgullo.

Marcas lo

hab.ía

oído todo; eran las doce del dia.

llamó á nuestra puerta y nos dijo:

-.Señores,

~quí

tienen ustedes tabaco; ya me lo de–

volverán cuando puedan.

Quedamos admirados, no de la oferta, que fué

aceptada, sino de la riqueza, de la profundidad y de

- la plenitud de aquel órgano, que só o puede compa–

rarse á la cuarta cuerda del violón de Paganini. Mar–

cas desapareció sin esperar á que le diésemos las

g racias . Justo y yo nos miramos en silencio. ¡Ser so–

corridos por quien evidentemente era más pobre que

nosotros! Justo se puso

á

escribir á toda su familia y

yo fuí

á

negociar el préstamo. Yo encontré veinte

francos en casa de un compatriota. En aquellos des–

graciados buenos tiempos_, el juego existía aún, y en

sus venas, duras como las vetas del Brasil, los jóve–

nes, arriesgando poca cosa, tenían probabilidad de ga–

nar algunas monedas de oro. El compatriota tenia

tabaco turco traído de Constantinopla por un marino.

y

me dió otro tanto como el que habíamos recibido de

Z. Marcas. Llevé la rica carga al puerto, y fuimos

la rica c.:a c.a ca rica carga