z.
MARCAS
de callejear, volvimos provistos de sendas novelas
y
nos pusimos á leer al mismo tiempo que escucha–
bamos. En medio del profundo silencio de nuestras
bohardillas, oímos el suave
y
acompasado ruido pro–
ducido por la respiración de un hombre que duerme.
-Duerme, dije á Justo, pues yo había sido el pri–
mero en observar este hecho.
-A
las siete de la tarde, me respondió el doctor.
Tal era el nombre que yo daba á Justo, el cual, á
su vez, me llamaba el ministro de justicia.
-Es preciso ser muy desgraciado para dormir
tanto como duerme nuestro vecino, dije saltando so–
bre nuestra cómoda con un enorme cuchillo en la
mano, cuyo mango estaba provisto de un sacacor–
chos.
Hice en la parte superior del tabique un agujerito
redondo del tamaño de un real de plata. No había
pensado en que no tenía luz,
y
cuando
apli~ué
el ojo
al agujero, no vi más que tinieblas. Cuando á eso de
la una de la mañana, después de haber acabado de
leer las novelas, íbamos á desnudarnos, oímos ruido
en el cuarto de nuestro vecino, que se levantó, hizo
sonar una cerilla y encendió su luz. Volví á subir á la
cómoda,
y
entonces vi á Marcas sentado á su mesa
y copiando documentos. Su cuarto era la mitad más
pequeño que el nuestro, y su cama ocupaba un rincón
al lado de la puerta; pues el espacio ocupado por el
descansillo, mermaba parte de su habitación, y el te–
rreno en que la casa estaba construida debía ser irre–
gular, porque su habitación tenía la forma de un
trapecio. No había chimenea, y sí únicamente una
pequeña estufa de porcelana blanca con manchas ver–
des, cuyo tubo salía por el tejado. La ventana abierta
en una de las paredes estaba provista de unas malas
cortinas encarnadas. Un sofá, una mesa y una mise–
rable mesilla de noche componían el mueblaje. Ponía
su ropa en un armario practicado en una de las pare–
des. El papel que cubría á éstas era horroroso. lndu-