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Z. MARCAS

triunfalmente

á

devolver al vecino una voluptuosa

y

rubia cantidad de tabaco turco en cambio de su ta–

baco de sargento.

-No han querido ustedes deberme nada, dijo, y

me devuelven oro por cobre. Son ustedes muchachos ...

pero buenos muchachos.

Estas tres frases, dichas en diferentes tonos, fueron

acentuadas de diversas

manera!'~.

Las palabras no

eran nada, sino el acento... ¡Ah! el acento parecía

denotar que éramos amigos hacía ya diez años. Al

-oirnos llegar, Marcas había escondido sus copias;

comprendimos que hubiera sido una indiscreción ha–

blarle de sus medios de existencia, y nos sentimos

avergonzados por haberle espiado.

El

armario estaba

abierto,

y

no había en él más que dos ·camisas, una

corbata blanca

y

una navaja de afeitar . La navaja de

.afeitar me hizo temblar. Un espejo, que podía valer

unos cinco francos, estaba colgado cerca de la ven–

tana. Los gustos sencillos y raros de aquel

homb.re

tenían una especie de grandeza salvaje. El doctor

y

:yo

nos miramos para saber lo que debíamos responder.

justo, al verme azorado, preguntó con desenvoltura á

Marcas:

-(Cultiva el señor la literatura?

-¡Me he guardado bien de hacerlo! respondió

Marcas, no seria tan rico como soy.

-Yo creía, le dije, que la poesía era la única que

podía sostener á un hombre en la mala situación en

que nosotros nos encontramos.

Mi reflexión hizo sonreir

á

Marcas, y esta sonrisa

<iió cierta gracia

á

su cara amarilla.

-También la ambición es muy severa para los que ·

·no logran salir airosos, dijo. Por eso les aconsejo

que ustedes

1

que empiezan ahorl. la vida, vayan por

los senderos trillados, que no piensen en llegar

á

ser

superiores, porque estarían ustedes perdidos.

-{Nos aconseja usted que sigamos siendo lo que

somos? dijo sonriendo el doctor.