Z. MARCAS
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.que implica la caridad, sino la resignación aconsejada
por la razón que ha demostrado la inutilidad momen–
tánea de los talentos, y la imposibilidad de penetrar
y vivir en el medio que nos es propio. Aquella mi–
rada podía convertirse en rayo en ciertos momentos.
De aquella boca debía salir una voz tonante, pues se
parecía mucho á la de Mirabeau.
-Acabo de ver en la calle á un hombre extraordi–
nario. dije á Justo al entrar.
-Debe ser nuestro vecino, me respondió Justo ha–
ciéndome la · descripción del hombre que yo había
~ncontrado.
Un hombre que vive como una cucaracha
tenia que ser así, dijo después de terminar de hacer
su descripción.
-¡Qué abatimiento! ¡qué grandeza!
-El uno está en razón de la otra.
-¡Cuántas esperanzas frustradas! ¡cuántos pro-
yectos abortados!
-¡Siete leguas de ruinas, obeliscos, palacios, to–
rres! ¡las ruinas de Palmira en el desierto! me dijo
Justo riéndose.
Llamábamos á nuestro vecino las ruinas de Pal–
mira. Cuando salimos para ir
á
comer al triste fondu–
cho de la calle del Harpe, donde estábamos abonados,
preguntamos el nombre del número 37, y entonces
oímos el prestigioso nombre de Z. Marcas. Como ni–
ños que éramos, repetimos más de cien veces, y con
las inflexiones más variadas, burlonas ó melancólicas,
aquel nombre cuya pronunciación se prestaba para
nuestras bromas. Justo llegó por momentos á pro–
nunciar la Z imitando al cohete
á
su salida, y, des–
pués de pronunciar con énfasis la primera sil?ba del
nombre, imitaba una caída con la sorda brevedad con
que pronunciaba la última.
-¡Ahl (dónde y cómo vivirá ese hombre?
De esta pregunta al inucente espionaje que acon–
seja la curiosidad, no había más que el intervalo exi–
gido para la ejecución de nuestro proyecto. En lugar