z.
MARCAS
estaba siempre en el tintero como la lava coagulada
en el cráter
~e
un volcán. (No puede hoy cualquier
tintero convertirse en un
Vesubio~
Las plumas retor–
cidas servían para limpiar nuestras pipas. Al contrario
de lo que ocurre según las leyes del crédito , el papel
era en nuestra habitación mucho más raro que el di–
nero.
(Cómo es posible que los jóvenes puedan perma–
necer en semejantes posadas? Por eso los estlldiantes
estudian en los cafés , en el teatro, en los paseos del
Luxemburgo, en casa de las modistillas, en todas par–
tes, hasta en la Escuela de derecho, menos en su ho–
rrible cuarto , horrible siempre que se trata de estu–
diar, y encantador cuando se charla y se fuma en él.
Poned un mantel sobre aquella mesa, figuraos la co–
mida improvisada que sirve el mejor fondista del ba–
rrio, cuatro cubiertos y dos muchachas, haced lito–
grafiar esta escena interior, y no habrá nadie que
pueda menos de sonreír.
No pensábamos más que en divertirnos. La razón
de nuestros desórdenes era una razón tomada de lo
que la polí tica actual tiene de más serio. Justo y yo
no veíamos ningún porvenir en las dos profesiones
que nuestros padres nos obligaban
á
abrazar. Para
cada pleito y para cada enfermo hay cien abogados y
cien médicos . La multitud obstruye estas dos vías
que parecen conducir
á
la fortuna y que son dos pa–
lestras; se lucha y se r.tata en ellas, no con el arma
blanca ni con el arma de fuego, sino con la intriga y
Ja
calumnia, con horribles trabajos y con campañas
intelectuales tan homicidas como lo fueron las de Ita–
lia para los soldados republicanos. Hoy que todo es
combate de inteligencia, es preciso saber permanecer
sentado cuarenta y ocho horas en un sofá
y
ante una
mesa, del mismo modo que permanecería un general
dos días en la silla de un caballo . La afluencia de los
postulantes ha obligado
á
la medicina
á
dividirse en
categorías; hoy hay la medicina que escribe, la medí-