Z. MARCAS
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siquiera para poder tener uno para mí solo. Justo y
yo participábamos de uno con dos camas, situado en
el quinto piso.
· De aquel lado de la escalera no había más que
nuestro cuarto y otro ocupado por Z. Marcas, nues–
tro vecino. Justo y yo estuvimos cerca de seis meses
ignorando por completo esta vecindad . Una anciana
que administraba la posada, nos había dicho que el
cuartito estaba ocupado, pero había añadido que no
nos
molestar~a
gran cosa, porque el inquilino era
hombre excesivamente tranquilo. En efecto: durante
seis meses no encontramos nunca á nuestro vecino ni
oímos ruido en su casa, á pesar del poco espesor del
tabique que nos separaba, que era uno de esos tabi–
ques hechos con latas y yeso, tan comunes en las ca–
sas de París.
Nuestro cuarto, que tenía unos siete pies de altura,
estaba empapelado con un papel muy malo, de ·un
color azul sembrado de flores. El piso tenía un color
que denotaba que hacía mucho tiempo que no había
sido encerado. Delante de nuestras camas no tenía–
mos más que una mala estera. La chimenea desem–
bocaba de1!'asiado pronto en el tejado, y ahumaba
tanto que nos vimos obligados á hacerla, á expensas
nuestras un poco más alta. Nuestras camas eran unas
de esas camitas semejantes á las de los colegios. So–
bre la chimenea no había nunca más que dos cande–
leros de cobre con
ó
sin bujías, nuestras dos pipas,
tabaco desparramado ó en algún paquete, y los pe–
queños montoncitos de ceniza que depositaban allí
nuestras, visitas ó que amontonábamos nosotros mis–
mos cuando fumábamos cigarros . Dos cortinas de in..
diana pendían de unas varillas colocadas en la parte
superior de la ventana, y
á
ambos lados de ésta se
veían dos cuerpos de biblioteca de cerezo, de esos
que conocen todos los que han callejeado por el ba–
rrio latino, y donde nosotros poníamos nuestros po–
cos libros necesarios para nuestros estudios. La tinta