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EL REVERSO

-Caballero, usted no nos debe nada, dijo

el-

buen

Alain, lo debe usted todo

á

Dios.

-Ustedes son unos santos, tienen ustedes la calma

de los santos y me escucharán, dijo el antiguo ma–

gistrado. Yo sé que los beneficios sobrehumanos que

llueven sobre mí hace diez y ocho meses, son obra

de una persona á quien he ofendido gravemente cum–

pliendo con los deberes de mi cargo; han sido preci–

sos quince años para que yo reconociese su inocen–

cia, y estos son, señores, los únicos remordimientos

que tengo del ejercicio de mis funciones. Escúchenme

ustedes: me queda poco que vivir, pero perderé esa '

poca vida tan necesaria aún á mis hijos, salvados por

la señora de la Chanterie, si no puedo obtener de ella

mi perdón. Señores, permaneceré en el atrio de No–

tre- Dame de rodillas hasta que ella me haya dicho

una palabra... La esperaré allí... Besaré donde ella

pise, y tendré lágrimas para enternecerla, yo á quien

las torturas de mi hija han secado como si fuese una

paJa...

La puerta del cuarto de la señora de la Chanterie

se abrió, y el abate Veze salió por ella como una som–

bra, y dijo á don José:

-E!':a voz está matando á la señora.

-¡Ahl ¡está ella ahí! ¡pasa ella por aquil dijo el

barón Bourlac.

·y

cayó de rodillas, besó el suelo, se deshizo en lá–

grimas, y, con voz desgarradora, gritó:

-¡En nombre de Jesús, muerto en la cruz, perdó–

neme usted, perdóneme usted, pues mi hija ha sufrido

mil muertes! ·

El anciano estaba de tal modo agobiado, que los

especta:lores, conmovidos, le creyeron muerto.

En este momento, la señora de la Chanterie apare–

ció como un espectro en la puerta de su cuarto, en la

que se apoyaba desfallecida, y exclamó:

- Por Luis XVI y por María Antonieta, á quienes