DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
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á
la casa en que estamos, cuando sufrió el ataque de
fiebre. Figúrese usted que cuando mi padre estuvo
restablecido, me sacaron de la casa de salud y me
trasladaron aquf, encontrándome en mi cuarto como
si no hubiese salido nunca de él. Halpersohn, á quien
ese señor alto supo seducir no sé cómo, me contó en–
tonces todo lo que mi padre había sufrido. Me dijo
también lo de los diamantes de mi tabaquera: IY mi
padre y mi hijo sin pan la mayor parte dc:l tiempo,
y
haciéndose los ricos delante de mí
l. ..
¡Oh! ¡don Go–
dofredo!
¡eso~
dos seres son unos mártires! {Qué
puedo yo decir á mi padre? Entre mi hijo y él, yo no
puedo hacer más que sufrir por ellos, como ellos han
sufrido por mí.
-Y
ese señor alto,
(DO
tiene así cierto aire militar?
-¡Ahl ¡ahl usted le conoce, gritó Vanda cuando
estaban en la puerta de su casa.
Y,
cogiendo á Godofredo por la mano con el vigor
de una mujer cuando experimenta un ataque de ner–
vios, lo arrastró tras sí á un salón cuya puerta se
abrió, y gritó:
-¡Padre mío! don Godofredo conoce á tu bien–
hechor.
El barón Bourlac, á quien Godofredo vió vestido
como debía estarlo un magistrado de eminente rango,
se levantó, tendió la mano á Godofredo y le dijo:
-¡Me lo sospechaba!
Godofredo hizo un gesto de negación; pero el pro–
curador general no le dejó tiempo para hablar.
-¡Ah! caballero, dijo continuando, sólo la Provi–
dencia es más poderosa, el amor más ingenioso y la
maternidad más clarividente que sus amigos de usted,
que tienen algo de estas tres grandes divinidades ...
Bendigo á la casualidad que nos ha proporcionado su
encuentro de usted, porque don José desapareció
para siempre,
y
como que se escapó de todos los la–
zos que yo· le tendí para saber su verdadero nombre