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~34

EL REVERSO

delante de la calle de Marbeuf, ·se acordó del doctor

Halpersohn, y se dijo:

-Debía de ir

á

verle, para saber si curó

á

la hija

<le Bourlac. ¡Qué voz! ¡qué talento tenía! ... ¡Quería

consagrarse á Dios!

Llegado

á

la plazoleta, Godofredo la atravesó

á

toda prisa

á

causa de los coches que bajaban con ra–

pidez, y chocó con un joven que daba el brazo á una

señora.

-¡Caramba! ¡tenga usted cuidado! exclamó el jo–

ven.

~Está

usted ciego?

-¡Cómo! ¡es usredl respondió Godofredo, recono–

dendo en aquel jove,¡¡. á Augusto de Mergi.

Augusto iba tan elegante, tan guapo, tan estirado,

dando el brazo á aquelía mujer, que, á no ser por los

recuerdos que ocupaban la mente de Godofredo, éste

no lo hubiera reconocido.

-¡Toma! ¡si es nuestro querido don Godofredol

dijo la dama.

Al oir las notas celestes de la encantadora voz de

Vanda, que andaba, Godofredo quedó en el sitio

como sí lo hubieran clavado.

-¡Curada! exclamó.

-Hace quince días que me permite andar, respon-

dió ella.

-~Halpersohn?

-Sí. Y

~cómo

no ha venido usted á vernos? le

preguntó. ¡Oh! ha hecho usted bien. Me han cortado

los cabellos hace ocho días, y los que usted me .ve

son postizos; pero el doctor me ha jurado que vol–

verá á salirme el pelo... Pero ¡cuántas cosas tenemos

que decirnos! ... Venga usted á comer con nosotros ...

¡Ohl ¡su acordeón

l. ..

¡oh! ¡caballero! . ..

Y se llevó el pañuelo á los ojos.

-¡Lo conservaré toda mi vida! Mi hijo lo conser–

vará como una reliquia. Mi padre le ha buscado á

usted por todo Paris, y á sus desconocidos bienhe–

chores. ¡Oh! se morirá de pesar si no le ayuda usted