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EL REVERSO
delante de la calle de Marbeuf, ·se acordó del doctor
Halpersohn, y se dijo:
-Debía de ir
á
verle, para saber si curó
á
la hija
<le Bourlac. ¡Qué voz! ¡qué talento tenía! ... ¡Quería
consagrarse á Dios!
Llegado
á
la plazoleta, Godofredo la atravesó
á
toda prisa
á
causa de los coches que bajaban con ra–
pidez, y chocó con un joven que daba el brazo á una
señora.
-¡Caramba! ¡tenga usted cuidado! exclamó el jo–
ven.
~Está
usted ciego?
-¡Cómo! ¡es usredl respondió Godofredo, recono–
dendo en aquel jove,¡¡. á Augusto de Mergi.
Augusto iba tan elegante, tan guapo, tan estirado,
dando el brazo á aquelía mujer, que, á no ser por los
recuerdos que ocupaban la mente de Godofredo, éste
no lo hubiera reconocido.
-¡Toma! ¡si es nuestro querido don Godofredol
dijo la dama.
Al oir las notas celestes de la encantadora voz de
Vanda, que andaba, Godofredo quedó en el sitio
como sí lo hubieran clavado.
-¡Curada! exclamó.
-Hace quince días que me permite andar, respon-
dió ella.
-~Halpersohn?
-Sí. Y
~cómo
no ha venido usted á vernos? le
preguntó. ¡Oh! ha hecho usted bien. Me han cortado
los cabellos hace ocho días, y los que usted me .ve
son postizos; pero el doctor me ha jurado que vol–
verá á salirme el pelo... Pero ¡cuántas cosas tenemos
que decirnos! ... Venga usted á comer con nosotros ...
¡Ohl ¡su acordeón
l. ..
¡oh! ¡caballero! . ..
Y se llevó el pañuelo á los ojos.
-¡Lo conservaré toda mi vida! Mi hijo lo conser–
vará como una reliquia. Mi padre le ha buscado á
usted por todo Paris, y á sus desconocidos bienhe–
chores. ¡Oh! se morirá de pesar si no le ayuda usted