DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA
23 I
del crimen, repuso el comisario de policía. Caballero,
añadió, yo debía detenerle á usted como cómplice de
su nieto, pues sus contestaciones confirman los he–
chos alegados por el que ha presentado la queja; pero
sus declaraciones, y las actas y documentos que de–
vuelvo á usted, dijo tendiéndole un paquete de pa–
peles timbrados que llevaba en la mano, prueban que
es usted en realidad el barón Bourlac. Sin embargo,
dispóngase á comparecer ante el señor Marest , juez
de instrucción encargado de este asunto . Dado vues–
tro antiguo rango y nombre, creo que no debo usar
con usted el' rigor ordinario. Respecto á su nieto, ha–
blaré con el señor procurador del rey en cuanto lle–
gue, y veremos de tener todas las consideraciones po–
sibles con el nieto de un antiguo primer presidente,
víctima del error de un joven. Pero hay queja de la
parte interesada, el delincuente confiesa, yo he levan–
tado ya acta
y
nada puedo hacer. Respecto á la en–
carcelación, meteremos á su nieto en la Conserjería.
-¡Oh! gracias, caballero, respondió el desgraciado
Bourlac.
Y cayó rígido en medio de la nieve, yendo
á
dar
con su cuerpo en una de las zanjas que separaban en
aquella época los árboles del bulevar.
El comisario de policia pidió auxilio,
y
Nepomu–
ceno acudió con la madre Vauthier. Llevaron al an–
ciano á su casa, y la Vauthier rogó al comisario de
policía que, al pasar por la calle del Enfer, dijese al
doctor Berton que fuese á visitarlo.
-(Qué tiene mi abuelo? preguntó el pobre Au-
gusto.
·
-Está loco, amigo mío. ¡He ahí lo que tiene el
robar!
Augusto hizo ademán de quererse romper la ca–
beza¡ pero los dos agentes lo contuvieron.
-Vamos, joven, calma, dijo el comisario, calma.
Ha cometido usted faltas, pero no son irreparables.
-¡Oh! señor, dígale usted á esa mujer que es muy