226
EL REVERSO
-Su abuelo de usted me dijo que babia pasado la
noche en los Campos Elíseos, y aunque no conozco
palacios que tengan tan hermosas bóvedas como las
que brillaban en dicho sitio á las dos de la mañana, le
aseguro á usted que hacía frío en el palacio en que
se paseaba su abuelo. Nadie escoge por su gusto la
posada de la Bella Estrella.
-·~Mi
abuelo ha salido de aqun repuso Augusto,
que escogió esta ocasión para retirarse, le doy á usted
las gracias, y, si usted me lo permite, vendré á saber
noticias de mi madre.
Tan pronto como el joven barón salió, tomó un
cabriolé para llegar antes á casa del alguacil, y pagó
la deuda de su padre. El alguacil le entregó los do–
cumentos y la cuenta de las costas, y dijó al joven
que llevase consigo á uno de sus dependientes, para
que relevase al guardián judicial de sus funciones.
-Al mismo tiempo, como que los señores Barbet
y Metiviere viven en su mismo barrio de usted, el pa–
tricio que le acompañará á usted puede pasar por
casa de éstos para decir que le entreguen el acta de
retroventa.
Augusto, que no comprendía aquellos términos ni
aquellas formalidades, se dejó llevar. Recibió sete–
cientos francos en dinero que sobraban de los cua–
tro mil, y salió acompañado de un pasante. Subió al
cabriolé en un indecible estado de estupor, pues una
vez obtenido el resultado, empezaron los remordi–
mientos; se vió deshonrado y maldito por su abuelo,
cuya inflexibilidad conocía, y pensó que su madre se
moriría de dolor al saber que era culpable. La natu–
raleza entera cambiaba para él de aspecto. Tenia ca–
lor, no veía ya la nieve y las casas le paredan espec–
tros. Una vez llegado á su casa, el joven barón tomó
un partido que, á decir verdad, era muy propio de
un joven honrado. Fué al cuarto de su madre á coger
la tabaquera guarnecida de diamantes que el Empe–
rador había regalado á su abuelo,
y
se la envió junto