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EL REVERSO

Dicho esto, acompañó al joven barón de Mergi

hasta

el

descansillo y llamó á la Vauthier.

-Señora Vauthier, le dijo, puede usted disponer

'de mi habitación, porque no volveré más aquí.

Y bajó para tomar el coche.

-(Le ha entregado usted \lgo á ese señor? pre–

gustó la Vauthier á Augusto.

-Sí, dijo el jo'V'en .

-Pues ahora sí que la ha hecho usted buena: es

un agente de vuestros enemigos. Todo esto es cosa

de él, y la prueba de ello es que no volverá_más aquí,

y me ha dicho que podía alquilar de nuevo su habi–

tación.

Al oir esto, Augusto se encaminó á escape al bu–

levard, logró alcanzar el cabriolé, y gritaba tanto, que

al fin acabó por detenerlo.

·-{Qué quiere usted? preguntó Godofredo.

-Los manuscritos de mi abuelo .

-Dígale usted que se los reclame á don Nicolás.

El joven tomó estas palabras por la atroz burla del

ladrón que ha conseguido su objeto, y se sentó en la

nieve viendo al cabriolé reanudar su carrera al trote.

En un acceso de salvaje energía, volvió á levantarse

y volvió á acostarse rendido de fatiga por sus rápidas

carreras, y con el corazón lacerado por el dolor.

Al día siguiente por la mañana, Augusto de Mergi

despertó, y al hallarse solo en aquella vivienda, ha–

bitada la víspera por su madre y por su abuelo, fué

presa de las violentas emociones de su penosísima si–

tuación . La profunda soledad de una casa habitada

poco antes, en que cada momento le recordaba un

deber y una ocupación, le hizo tanto daño, que bajó

á preguntar á la madre Vauthier si su abuelo había

vuelto por la noche ó al amanecer, pues se había des–

pertado muy tarde y suponía que, en el caso de que

el barón Bourlac hubiese vuelto, la portera se lo hu–

biera notificado. Pero ésta le respondió burlándose

que ya se figuraba dónde debía estar su abuelo, y