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DE LA loiiSTORIA CONTEMPORÁNEA

2 2

S

samiento,

y

justificada con una idea de abnegación

que halagó

á

aquel niño. El joven se dijo:

<

1

Me per–

deré, pero salvaré

á

mi madre

y

á mi abuelo.))

En esta lucha entre su razón

y

la idea del crimen,

adquirió, como los locos, una singular

y

pasajera ha–

bilidad,

y

en lugar de pedir noticias de su abuelo, dió

á

la conversación

el

mismo sentido que le daba la pre–

gunta del médico . Halpersohn, como todos los gran–

des pensadores, había adivinado la vida del anciano,

de aquel niño

y

de la madre. Presintió ó entrevió la

verdad, que le fué revelada en parte por la baronesa

de Mergi, resultando de todo aquello que sentía cierta

simpatía por sus nuevos clientes, pues respeto ó ad–

miración era incapaz de sentirlos.

-Pues bien, querido mío, respondió familiarmente

al joven barón, ahora le retengo á su madre, pero se

la devolveré joven, hermosa

y

con salud. Es una. de

esas enfermas raras por las que los médicos se inte-

resan, sin tener en cuenta además que su madre es

del mismo país que yo. •Tengan usted y su abuelo

paciencia y valor para estar dos semanas sin ver á la

señora ...

-Baronesa de Mergi.

-Si ella es baronesa, usted es barón, replicó Hal-

persohn.

En este momento, el robo se había efectuado ya.

Mientras que el médico miraba su tostada empapada

en chocolate, Augusto había cogido cuatro billetes

doblados y se los había metido en el bolsillo del pan·–

talón , fingiendo que se ponía la mano así por cos–

tumbre . .

-Sí, señor, soy barón. Mi abuelo es también ba–

rón y fué procurador general bajo la Restauración.

-Se pone usted encarnado, joven,

y

el ser barón

y

pobre no es motivo para avergonzarse, pues es cosa

muy común.

-(Quién le ha dicho á usted que nosotros somos

pobres?

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