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EL REVERSO
-Señor, dispense usted. He pasado la noche es–
perándole, comedio de horribles angustias. No puedt
usted imaginarse hasta qué punto amo á mi hija, á
quien tengo quince años ha entre la vida
y
la muerte,
y
no sabe usted el gran suplicio que son para mi esos
ocho días de espera.
El barón salió del despacho de Halperson vaci–
lando como un hombre ebrio. Una hora después de
la salida del anciano, á quien el médico había acom–
pañado sosteniéndole por el brazo hasta el pasamano
de la escalera, se presentó Augusto de Mergi. Pregun–
tando á la portera de la casa de salud, este pobre
joven acababa de saber que el padre de la dama que
habían traido la vispera, habfa vuelto por la noche,
que había preguntado por ella, y que había hablado
de ir á casa del doctor Halpersohn, donde sin duda
le darían noticias de él. En el momento en que Au–
gusto se presentó en el despacho de Halpersobn, el
doctor almorzaba una taza de chocolate, acompañada
de un vaso de agua, sobre un pequeño velador. Al
ver al joven no se movió
y
continuó mojando su tos–
tada en el chocolate, pues no comfa más que cuatro
tostadas de pan cortadas con una precisión que pro
baba su habilidad de operador, porque, en efecto,
Halpersohn babia practicado la cirugfa en sus viajes.
-Y bien, joven, (qué hay? (Viene usted también
á
pedirme cuenta de su
madre~
dijo al ver entrar al
hijo de Vanda.
-Si, señor, respondió Augusto de Mergi.
Augusto babia avanzado hasta llegar al lado de la
mesa, en donde se vefan billetes de banco comedio
de algunas pilas de monedas de oro. En las circuns–
tancias en que se encontraba aquel pobre joven, la
tentación pudo más en él que sus principios; por só
lidos que éstos fuesen. Vió el medio de salvar á su
abuelo
y
de salvar también los frutos de veinte años
de trabajos amenazados por hábiles especuladores,
y
sucumbió. Esta fascinación fué rápida como el pen-