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EL REVERSO

sentaron, el pobre joven tomó las citaciones y corrió

~

buscar

á

su abuelo

á

la casa de salud, toda vez que

d

ujier había dicho que la Vauthier era responsable

de los objetos embargados, bajo las penas más graves.

Pudo, pues, dejar la casa sin temor á nadie.

La idea de saber que su abuelo podía ser encarce-

1ado por deudas, puso loco al pobre joven, pero loco

como suelen ponerse los muchachos

á

esa edad, es

decir, que era presa de una de esas exaltaciones pe-.

ligrosas y funestas en que todas las energías de la

juventud fermentan á la vez, y lo mismo pueden ha–

cer cometer malas acciones que rasgos de heroísmo.

Llegado

á

la calle Basse-Saint-Pierre, Augusto supo

por el portero que se ignoraba el paradero del padre

de la enferma que había sido llevada sobre las cuatro

y media, pero el señor Halpersohn había dado orden

de

que

no se dejara pasar

á

nadie, ni aun á su padre,

á

ver

á

la señora hasta después de ocho días, bajo

pena de poner su vida en peligro.

Esta respuesta llevó al cólmo la desesperación de

Augusto, que tomó de nuevo el camino del bulevard

Mont-Parnasse lleno de desesperación, y ocupada su

mente con las más extravagantes ideas. Llegó cerca

de las ocho y media de la noche, casi en ayunas, y de

tal modo agobiado por el hambre y el dolor, que sí·

guió

á

la Vauthier cuando ésta le propuso que tomase

parte en su cena, que consistía en un guisado de car–

nero con patatas. El pobre niño cayó casi muerto en

una silla en casa de aquella atroz mujer. Engañado

por la charla y por las melosas palabras de aquella

vieja, respondió á algunas preguntas que le había he–

cho diestramente sobre Godofredo, y la dió

á

enten–

der que era éste el que debía pagar las deudas de su

abuelo al día siguiente, y que al nuevo inquilino se

debían los felices cambios que había experimentado

su fortuna de una semana á aquella parte. La viuda

escuchaba todo esto con aire de duda, obligando

á

Augusto á beber algunos vasos de vino.