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EL REVERSO

escalera, acompañados de aquel Judas femeniQ.o,

y

llamaron suavemente á la puerta de la habitación del

señor Bernard. Como aquel día era precisame11te jue–

ves, el colegial había podido quedarse á guardar la

casa. Abrió, y tres hombres se deslizaron como som–

bras en la primera pieza.

-~Qué

quieren ustedes, señores? preguntó el joven.

-~No

vive aquí el señor Bernard ... , es decir, el

señor barón?

-Pero

~qué

quieren ustedes?

-¡Ah! ya lo sabe usted, joven, pues acaban de

decirnos que su abuelo se ha marchado acompañando

á una camilla... Eso no nos asombra, porque está en

su derecho. Yo soy alguacil y vengo á apoderarme de

todo esto... El lunes recibieron ustedes una citación

para pagar tres mil francos y las costas al señor Me–

tiviere, bajo pena de embargo ó encarcelamiento, y

como que el que fué .cocinero antes que fraile ya sabe

lo que pasa en la cocina, el deudor toma las de Villa–

diego para evitar las de Clichy. Pero si no podemos

cogerle

á

él, cogeremos al menos su rico mobiliario,

pues lo sabemos todo, joven, y vamos á obrar con

rigor.

-He aquí los papeles timbrados que su abuelo no

ha querido recibir nunca, dijo la Vauthier poniendo

en la mano á Augusto tres notificaciones de embargo.

-Quédese usted aquí, señora, pues vamos á cons–

tituirla en guardiana judicial. La ley le concede dos

francos diarios, que no son de despreciar.

-¡Ah! ¡al fin veré lo que hay en ese hermoso

cuarto! exclamó la Vauthier.

-¡No entrarán ustedes en el cuarto de mi .madre!

gritó el joven interponiéndose entre la puerta y los

tres hombres vestidos de negro.

A una seña del alguacial, los dos patricios y el pri–

mer pasante que llegó después cogieron á Augusto

- No haga usted resistencia, joven, porque usted

no es aquí el amo, é iría á dormir

á

la prefectura.