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DE LA HISTORIA CONTEMPORRNEA

2 I I

dado para desempeñar la obra del señor Bernard;

pero, caso de que tuviera usted temores sobre mi

solvencia, ofrezco á usted como fiadores á los señores

Mongenod, banqueros, que habitan en la calle de la

Victoria.

.

-Los conozco, respondió Halpersohn metiéndose

las diez monedas de oro en el bolsillo.

-Seguramente que no dejará de ir á verles, pensó

para sus adentros Godofredo.

-tEn dónde vive esa señora? preguntó el médico

levantándose · como hombre que conoce el valor del

tiempo.

-Venga usted por aquí, dijo Godofredo pasando

delante para enseñarle el camino.

El judío examinó con recelosos y sagaces ojos los

lugares por donde pasaba, pues tenía el golpe de vista

del espía, así es que vió muy bien los horrores de la

indigencia por la puerta de la habitación donde dar..:

mían el magistrado y su nieto; por desgracia, el señor

Bernard había ido á ponerse el traje con que se pre–

sentaba en la habitación de su hija, y á causa de la

precipitación con que había salido á abrir la puerta,

había cerrado mal la de su leonera.

Saludó noblemente á Halpersohn y abrió con pre–

.caución el cuarto de su hija.

-Vanda, hija mía, aquí está el médico, dijo.

Y se echó á un lado para dejar paso á Halpersohn,

que conservaba su gaban de pieles. El judío quedó

sorprendido del contraste de aquella pieza, que en

aquel barrio y en aquella casa sobre todo era una

anomalía; pero

el

asombro de Halpersohn duró poco,

porque había visto muchas veces en las casas de los

judíos de Alemania

y

de Rusia contrastes análogos

entre una excesiva miseria aparente y rrquezas ocul–

tas. Mientras iba de la puerta al lecho de la enferma,

no cesó de mirarla, y, al llegar á su cabecera, le dijo

en polaco:

-<Es usted

polaca~

'